LA INMIGRACIÓN EN PORTUGAL.La llegada de inmigrantes extranjeros a Portugal se inicia imperceptiblemente en 1981, en que la población foránea es de alrededor de 50.000 personas, duplicándose en 1989. No dejará de subir en la siguiente década, llegando a 200.000 diez años después, e inaugurando el nuevo siglo con aportes poblacionales continuados, que se aceleran a partir de 2005 en que se alcanzan más de 250.000 extranjeros. La subida en los siguientes cuatro años va a ser significativa: 450.000 residentes venidos de fuera en 2009, el 4’3% del total poblacional.Pero a partir de ese año se inicia el declive, pues ya los efectos de la crisis de la “burbuja inmobiliaria y bancaria” comienzo a causar sus efectos: se produce un parón en las entradas y cierto flujo de retorno por parte de los inmigrantes afectados por la falta de trabajo, si bien los movimientos de salida no serán muy significativos, pues tampoco la situación de sus países de origen dan para un retorno esperanzador.
LA INMIGRACIÓN EN ESPAÑA.También al comienzo de la década de los años ochenta se inicia lentamente la afluencia de emigrantes extranjeros a España, que en 1991 alcanza la cifra de 360.000. Pero será a partir del inicio del siglo XXI cuando se masifiquen las llegadas, que en el año 2001 ya suponen 1.370.000 residentes extranjeros.Ningún país europeo alcanzará la masificación migratoria que experimenta España en los diez primeros años del siglo XX, alcanzándose casi los seis millones de residentes extranjeros, para una población de cuarenta y seis millones de habitantes. Esto supone un 13% del total poblacional, tres veces más porcentualmente que los recibidos por Portugal y casi el triple de los emigrantes españoles de la etapa del desarrollismo (1961-1975). Algo inédito para España en toda su historia, y que supera la emigración recibida por el resto de los países europeos. A partir de 2010 la emigración se ralentiza, a causa de la citada crisis de 2008, y ya no volverá a remontar. Al contrario, en los cinco años siguientes se perderán un millón de extranjeros, la mayoría por retorno a sus países de origen, si bien no hay que descartar los que se nacionalizan como ciudadanos españoles, al cumplir los requisitos legales. En cualquier caso, la etapa inmigratoria se cerró, como en el caso general de nuestros vecinos, y en particular de Portugal.
¿Y EL FUTURO?En los momentos actuales, cuando aún estamos inmersos en la terrible crisis económica desatada alrededor de 2008, es impredecible el futuro. Por lo pronto, el retorno de los que eligieron nuestros dos países en los años de bonanza, no es fácil, dado que la situación en sus lugares de procedencia sigue siendo pésima; en cuanto a la población de origen español y portugués, especialmente la juventud, vuelve a cifrar sus esperanzas en la Europa Central y Norteamérica: no se trata ahora de peonaje sin cualificar, como en los años sesenta del siglo pasado, sino de jóvenes preparados, bien formados en gran parte de los casos, con dominio de idiomas, que en la Península ibérica no encuentran salida laboral y prueban suerte, como generaciones anteriores, en la Europa más de desarrollada, en Canadá y EE.UU.
Los movimientos migratorios actuales están ralentizados, pero no cesan, asistiéndose de nuevo a una pérdida de capital humano como era tradicional, exceptuado ese paréntesis de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, donde por una vez en la historia contemporánea nos convertimos en la “tierra prometida”.