Inmortales

Por Esther
   Así éramos antes, nos creíamos inmortales. Con los pecados ocultos bajo nuestras ridículas gafas de sol, aspirando a besos que nunca serían nuestros. Con los labios rojos y las aspiraciones a flor de piel. No existían obstáculos, ni adversidad, ni penas. Compartíamos el mal de amores, los secretos que dejaban de serlo y hasta las traiciones. La noria de la vida giraba por y para nosotras, dueñas de nuestras emociones, unas chicas locas con ganas de diversión, incomprendidas por incomprensibles, tercas y soñadoras. Todo parecía mágico, la vida tenía otro color, el rojo de la pasión nos exculpaba de cualquier daño cometido. Vampiresas que tomaban el sol y que esperaban que su juventud fuese eterna. Nuestros mejores años se fueron sin hacer caso a los consejos, nunca dispuestas a capitular. Soberanas de nuestro espacio y nuestra forma de sentir. El melodrama y las fiestas, los excesos y las faltas, el amor y sus imperfecciones, la euforia y los altibajos.     Duele despertar de ese sueño, sin colmillos que afilar ni confidencias que contar. No contamos con el paso del tiempo ni con las obligaciones, ni con la realidad estrellada en forma de rugosa madurez. Tuvimos que sustituir los chicles de fresa por una esperpéntica y agobiante rutina. No podíamos permanecer ancladas en esa época y por eso nuestra mirada será siempre la de la melancolía. Así somos ahora. Cada una absorbida en su mundo, asomando ya por desgracia las arrugas que ocasionan las preocupaciones, felices pero distantes, sin tiempo para teñir los desperfectos ocasionados por la vida. Nos creíamos inmortales. Incomprendidas y quizá incomprensibles, dispuestas a comernos el mundo. Pero sólo éramos unas chicas que aprendimos de nuestros sueños equivocados… y crecimos.