Los pronósticos del tiempo anunciaban lluvias en Baviera pero sin embargo un día soleado en Innsbruck, lo que nos acabó de dar el empujón. Apenas a los 5 minutos de salir ya habíamos cruzado la frontera del país alpino y los 108 km que nos quedaban hasta Innsbruck los recorrimos en aproximadamente hora y media. No hay autopista ni otra vía rápida pero la velocidad aquí no tiene ningún sentido. Hay que saborear el trayecto despacito y gozar de las imponentes montañas, los espesos bosques de abetos y los verdes prados, los pueblecitos de puntiagudos campanarios y flores en las ventanas. ¡Como me gusta el contraste del rojo de los siempre floridos geranios con el fondo verde intenso de los prados!.
A pesar de todo, el desánimo duró poco. Aparcamos el coche enfrente del mismo Palacio Imperial y una vez cruzamos el arco que accede al centro histórico me volví a reencontrar con el pueblo pintoresco y agradable que recordaba.
La ciudad, situada a orillas del Inn, es especial por su ubicación en medio de altas montañas y por tanto, centro para deportes de invierno y turismo que junto al ambiente universitario proporcionan a la pequeña ciudad una buena oferta tanto cultural como de ocio.
Aunque pequeña, Innsbruck tiene muchos lugares para poder visitar y entre ellos se encuentra el Palacio Imperial. De estilo gótico tardío se construyó primero bajo el reinado del archiduque Segismundo el Rico y después bajo el del emperador Maximiliano I, aunque posteriormente fue remodelado por la emperatriz María Teresa entre 1754-73. El día anterior en Munich habíamos quedado un poco saturados de aposentos palaciegos por lo que descartamos la visita. Lo que no queríamos perdernos era la original Iglesia de la Corte que alberga el imponente mausoleo imperial de Maximiliano I. Ya lo habíamos visitado durante nuestro anterior viaje a Innsbruck y lo que entonces era una visita gratuita de la iglesia, se ha convertido en un montaje para justificar los 4€ que cobran por la entrada. Se accede por el claustro y después vas pasando por unas salas donde te hablan del personaje y de la época en la que vivió. Por fin entramos en la iglesia y pudimos admirar el mausoleo. Consiste en un cenotafio con la estatua de Maximiliano I arrodillado y 24 representaciones en relieve de sus gestas alrededor del sarcófago situado en el centro de la nave. Está acompañado de 28 estatuas de bronce de tamaño sobrenatural de miembros de la familia de los Habsburgo. Respecto al órgano renacentista, parece ser que está entre los 5 mejores del mundo.
Se había hecho ya la hora de comer y probamos suerte en la Gasthaus Milchstüberl. El comedor interior dispone tan sólo de 4 mesas y nos sentimos como si estuviéramos en casa. Pedimos las especialidades típicas del Tirol sin saber demasiado bien lo que nos iban a traer. Resultó todo riquísimo, incluso la carne de caza. De postre no podía faltar una deliciosa apfelkuchen, una tarta de manzana casera para chuparse los dedos.