Innsbruck, la bella ciudad de los Alpes

Por Mteresatrilla
Además de su indiscutible belleza, otro de los motivos por los que decidimos alojarnos a orillas del Lago Wiessensee fue su proximidad a la frontera austriaca. Austria es un país de paisajes de ensueño, de cuentos de hadas y una de mis ilusiones era que mis padres pudieran conocer la región del Tirol.
Los pronósticos del tiempo anunciaban lluvias en Baviera pero sin embargo un día soleado en Innsbruck, lo que nos acabó de dar el empujón. Apenas a los 5 minutos de salir ya habíamos cruzado la frontera del país alpino y los 108 km que nos quedaban hasta Innsbruck los recorrimos en aproximadamente hora y media. No hay autopista ni otra vía rápida pero la velocidad aquí no tiene ningún sentido. Hay que saborear el trayecto despacito y gozar de las imponentes montañas, los espesos bosques de abetos y los verdes prados, los pueblecitos de puntiagudos campanarios y flores en las ventanas. ¡Como me gusta el contraste del rojo de los siempre floridos geranios con el fondo verde intenso de los prados!.
Cuando llegamos a Innsbruck la primera impresión fue un poco decepcionante. Habíamos estado varios años atrás - no 25 como en el caso de Munich pero si 19 - cuando Innsbruck era poco más que un pueblo grande. La entrada a la ciudad me pareció del todo impersonal, con feas construcciones que han proliferado en la periferia. Cual fue mi asombro cuando al consultar en wikipedia, vi que se ha mantenido casi inalterado el número de habitantes desde hace algunas décadas. Si estos datos son fiables, entonces debe ser que la memoria me ha traicionado de nuevo.
A pesar de todo, el desánimo duró poco. Aparcamos el coche enfrente del mismo Palacio Imperial y una vez cruzamos el arco que accede al centro histórico me volví a reencontrar con el pueblo pintoresco y agradable que recordaba.
La ciudad, situada a orillas del Inn, es especial por su ubicación en medio de altas montañas y por tanto, centro para deportes de invierno y turismo que junto al ambiente universitario proporcionan a la pequeña ciudad una buena oferta tanto cultural como de ocio.
Una estrecha calle llena de tiendas de recuerdos y bonitas fachadas nos lleva hasta uno de los edificios más característicos de la ciudad: El tejadillo de oro o Goldenes Dachl. Se trata de un edificio construido en 1420 por Frederic IV como Nueva Corte de los príncipes del Tirol. El balcón de gala cubierto con 2657 tejas de cobre doradas fue añadido por el emperador Maximiliano I y acabado en 1500 con motivo de la celebración de su matrimonio con Blanca María Sforza de Milán. Tanto en el balcón como en la tribuna hay unos bonitos frescos, así como escudos y relieves de bailarines.
A pocos pasos del tejadillo de oro se encuentra la Torre de la Ciudad desde donde hay una bonita vista sobre los tejados de Innsbruck y el panorama alpino. Seguimos caminando por la calle Friedrichstrasse contemplando cada rincón, cada fachada, cada fuente. Seguimos por Maria-Theresien-strasse hasta la columna de Santa Ana, construida entre 1704 y 1706 por las Cortes del Tirol para conmemorar la defensa del ataque de las tropas bávaras (1703) durante la Guerra de Sucesión española.Es una representación de la Virgen María, de Santa Ana y de los santos patronos del Tirol. Desde este punto se obtiene una imagen muy conocida de la ciudad de Innsbruck, con la columna de Santa Ana en primer plano, la larga calle que desemboca delante del tejadillo dorado y las montañas como marco de fondo. Nos dirigimos hasta orillas del río y desde el puente Innbrücke sacamos unas bonitas fotos.Aquí se levanta el antiguo Castillo Ottoburg, un torreón gótico en la muralla de la ciudad construido en 1494 y actualmente convertido en restaurante.
Aunque pequeña, Innsbruck tiene muchos lugares para poder visitar y entre ellos se encuentra el Palacio Imperial. De estilo gótico tardío se construyó primero bajo el reinado del archiduque Segismundo el Rico y después bajo el del emperador Maximiliano I, aunque posteriormente fue remodelado por la emperatriz María Teresa entre 1754-73. El día anterior en Munich habíamos quedado un poco saturados de aposentos palaciegos por lo que descartamos la visita. Lo que no queríamos perdernos era la original Iglesia de la Corte que alberga el imponente mausoleo imperial de Maximiliano I. Ya lo habíamos visitado durante nuestro anterior viaje a Innsbruck y lo que entonces era una visita gratuita de la iglesia, se ha convertido en un montaje para justificar los 4€ que cobran por la entrada. Se accede por el claustro y después vas pasando por unas salas donde te hablan del personaje y de la época en la que vivió. Por fin entramos en la iglesia y pudimos admirar el mausoleo. Consiste en un cenotafio con la estatua de Maximiliano I arrodillado y 24 representaciones en relieve de sus gestas alrededor del sarcófago situado en el centro de la nave. Está acompañado de 28 estatuas de bronce de tamaño sobrenatural de miembros de la familia de los Habsburgo. Respecto al órgano renacentista, parece ser que está entre los 5 mejores del mundo.Después de una visita rápida a la barroca Catedral de Santiago nos despedimos de Innsbruck y nos dirigimos en dirección a los pueblos tiroleses. Dejamos a un lado el estadio olímpico de hielo y enfilamos la carretera hasta donde se encuentra el trampolín de saltos de Bergisen construido en 1925 y adaptado con motivo de los Juegos Olímpicos de 1964 y 1976. Los paisajes son increíbles y nos entran ganas de correr descalzos por la hierba cantando el Ioliloiiiuuuuuuu como la mismísima Heidi. Entre bosques y curvas llegamos a Vill, el pueblecito donde nos alojamos años atrás cuando visitamos la zona. La Gasthof Traube está idéntica, como si no hubiera pasado el tiempo y el pueblo tampoco ha cambiado demasiado.Seguimos hasta Igls, un turístico pueblo tirolés desde donde se coge el teleférico para subir al Patscherkofel (2246 m).
Se había hecho ya la hora de comer y probamos suerte en la Gasthaus Milchstüberl. El comedor interior dispone tan sólo de 4 mesas y nos sentimos como si estuviéramos en casa. Pedimos las especialidades típicas del Tirol sin saber demasiado bien lo que nos iban a traer. Resultó todo riquísimo, incluso la carne de caza. De postre no podía faltar una deliciosa apfelkuchen, una tarta de manzana casera para chuparse los dedos. Y después de comer, un relajado paseo por Igls antes de volver a Füssen.