No sé si seré capaz de expresar hoy uno de mis últimos pensamientos… La verdad es que una madre a veces cree saber la teoría, y luego ha de ser capaz de observar la práctica y aprender de ella que todo tiene que encajar en un puzzle exclusivo y único: cada hijo.
Como padres vamos educando con el ejemplo, palabras, actitudes, mensajes, estrategias… pero no debería sorprendernos que llegue un momento (quizá más pronto que tarde) en el que te das cuenta de que tu hijo no es un robot que puedes programar, sino que es una persona totalmente independiente a ti con unos pensamientos, emociones y sentimientos exclusivos. Es el fruto de una parte de ti y un ambiente diferente al que a ti te influyó, y en ese compendio de genes diferentes y circunstancias diferentes está aprendiendo a ser él mismo. Independiente a cada uno de nosotros como padres.
A veces creo que debemos saber echar el freno a tiempo para dejarlos forjar sus propios pensamientos. Queremos ansiosamente que se den cuenta de enseñanzas vitales que no les corresponden en ese momento porque son fruto de las nuestras propias, y que a su debido tiempo ellos serán capaces de hilar con la materia prima que nosotros les hemos ido facilitando.
Por poner un ejemplo, siempre he pretendido que mi hijo se dé cuenta de que las notas no dejan de ser una anécdota en su trabajo y esfuerzo personal. Siempre le he valorado todo lo que había detrás de ellas, y nunca ellas en sí mismas. Por nada del mundo quisiera que unas notas fueran una presión en su camino y que tuviera que demostrarme nada a mí. Y sin embargo observo que él sí da valor a sus notas. Y me he parado a pensar, y me he dado cuenta de algo: las valora, pero no como yo no querría que lo hiciera; las valora como parte de un juego, como cuando le observaba jugar al parchís primero y al monopoly después. Las valora como un sacar dobles y empezar a contar y no parar, o como caer en la última casilla azul, esa que más vale… Él no ve las cosas como yo querría o no querría que viese, él ve las cosas como las quiere ver él. Y si no las ve como yo, a veces no es por ignorancia sino por inocencia y bondad.
Tengo la sensación de pretender que vea cosas que no puede ver con 9 años porque… ¿las he visto yo con 14, 18, 25, 37…? Y a menudo también me lo pregunto al leer otros artículos.
Otro ejemplo: no sé si leeríais una entrada que dediqué a un libro titulado “Un culete independiente” y que causaba mucho malestar entre los padres que creían ver en él una mirada benévola a los azotes. La podéis leer aquí. Le di a leer el libro en aquel entonces a mi hijo, y él no veía ningún motivo de rechazo como el que quienes no aceptamos ningún tipo de castigo físico podríamos ver; y leí a muchos maestros que decían que a sus alumnos les gustaba mucho… ¿Por qué? Porque los niños no están maleados en muchos aspectos como lo estamos nosotros como adultos. La vida, los años, experiencias… son las que otorgan ciertos pensamientos a los adultos que nunca los niños podrán entender antes de tiempo porque ellos son más inocentes, y porque los años y las experiencias no les pesan aún.
Así que cuando a veces leo cosas al respecto de “juguetes sexistas” o “cuentos tradicionales rancios”, no dejo de pensar que está genial que seamos conscientes de ciertos estereotipos para ofrecerles una sana educación, pero le pido a él su opinión y no hace más que reforzar mi pensamiento de que eso no lo ven ellos a su tierna edad. Ellos ven juegos que les gustan o no, cuentos que les gustan o no, pero no toda esa implicación que nosotros sí podríamos ver. Si por algo podéis conocerme es porque en casa doy una sólida educación en valores, así que creo que cuando él no ve ciertas connotaciones que nosotros como adultos sí podríamos percibir es porque ese pensamiento inocente es el que le corresponde. Nosotros debemos de seguir dando ejemplo constante de educación en valores, pero ser conscientes de que nuestros pensamientos son nuestros y los suyos son los que les corresponden a su edad y madurez. Y que es más que probable que por su tierna edad e inocencia característica, ellos no vean lo que nosotros vemos con nuestros ojos de adultos. Cada vez estoy más convencida de que el secreto es crecer en equilibrio, lenta, pausadamente y sin acelerar lo que solo el tiempo les otorgará. Estar ahí, acompañando su educación, pero con la suficiente confianza como para creer en ellos y dejarlos abrir sus alas para volar su vuelo… Se necesitan vivir muchas experiencias para perder la inocencia… y a veces, hay quien decide volver a esa época en la que casi todo se ve bonito…
¿Creéis que los niños ven todo con ojos más inocentes que los nuestros? ¿Os parece que hay una cierta tendencia a tratar de evitarles cosas desde nuestra perspectiva de adultos que ellos no verían desde sus ojos de niños?