Planificado con tiempo este verano español plagado de festivales musicales y a pesar de los 60€ de la entrada en la fila 6 (pocas localidades fuera de abono quedan nada más ponerse a la venta en mayo), Mahler me gusta tanto que no suele decepcionarme, ya ha llegado su tiempo y es difícil encontrar malas interpretaciones. La de este sábado cuajada de figuras y en plenas fiestas de la capital guipuzcoana quedará en mi recuerdo, eclipsando otra también fuera de casa.
A partir de ahora, mis reflexiones desde casa: "El verano hace su entrada" fue el arranque (Kräftig. Entschieden -con Forsa. Deciso) que presentó unas sonoridades muy cuidadas que marcarían el resto de los movimientos a los que el propio Mahler otorgó unos títulos temáticos a esta sinfonía también llamada "Un sueño de una mañana de verano" (Eine Sommermorgentraum) que pese a quitarlos posteriormente siguen sirviendo para describir perfectamente lo que escuchamos en San Sebastián esta tarde de agosto: comenzar con el "himno gigantesco a la gloria de todos los aspectos de la creación" -que recoge en las notas al programa la letrada y crítico musical Montserrat Auzmendi y tomaré prestados en algunos momentos-.
"Lo que me dice la noche" (Sehr langsam. Misterioso, Durchaus ppp. "Oh Mensch!") nos trajo una voz de mezzo totalmente metida en el texto del Zaratustra nietzchiano (con traducción simultánea al euskera y castellano en la pantalla sobre el escenario): como hombre presté toda la atención a la lírica trágica, a la potente intimidad para ese "mundo profundo", juego de consonantes finales, luz y color vocal para una oscuridad rota por una luna llena sensual, incapaz de dormir por la alegría más profunda que la pena, y unaa orquesta de volúmenes imperceptibles, de fraseos breves con largas pausas que más que crear sensación de aislamiento invitaban a compartir la común-unión alcanzada entre intérpretes (con un concertino fabuloso) y público, alegría buscando eternidad.
"Lo que me dicen las campanas de la mañana" (Lustig im Tempo und keck im Ausdruck, "Es sungen Drei Engel") nos trajo las voces blancas de un paraíso tal vez ingenuo, la canción angelical de los niños unida al "mea culpa" de una solista admirable con tubular bells repiqueteando, las mujeres donostiarras arropando cual madres la inocencia infantil de la melodía del cuerno juvenil ("Des knaben Wunderhorn") plenamente mahleriana, con ese trasfondo de felicidad celestial más terrenal que nunca por esta conjunción músico-vocal que sólo los años me hacen degustar de este Mahler optimista "sin Alma".