Inori

Publicado el 23 agosto 2012 por Diezmartinez

Ganador del Leopardo de Oro en la sección Cine del Presente en Locarno 2012, Inori (Japón, 2012), tercer largometraje de Pedro González-Rubio (Toro Negro/2005, Alamar/2009), podría ser presentado, en la Cineteca Nacional -o en algún festival mexicano: ¿Morelia, por ejemplo?- en una doble función con su prima hermana Fogo (2012), mediometraje de Yulene Olaizola.  Al igual que en Fogo -presentada en la Quincena de los Realizadores en Cannes 2012-, en Inori vemos a un cineasta mexicano explorar un territorio lejano a nuestro país y escasamente poblado, pues la mayoría de los habitantes de ese territorio -sea la isla canadiense de Fogo o, en el caso del filme de González Rubio, el pueblito de Kannogawa, ubicado en la prefectura de Nara, en Japón- son ancianos que saben muy bien que no les queda mucho tiempo de vida.  La cámara manejada por el propio González-Rubio -él también es el editor- captura a esos ancianos en sus rutinas diarias (rezar, hacer la comida, trabajar en el campo, ir a visitar la tumba de alguien), mientras hablan frente a cámara o en off sobre lo que desean (una mujer quiere ir al cielo al morir), lo que añoran (el dueño de una tiendita recuerda toda la actividad que había en otros tiempos, mientras se culpa de la dificil vida que le dio a su fallecida madre) o lo que le reprochan a esos que no están (la vieja que, mientras es masajeada, habla de ese hijo ingrato que nunca la visita, cual vástago ojete sacado de alguna película de Ozu). González-Rubio se topa con algún hallazgo notable por casualidad -esa imagen del perro en primer plano, bostezando, mientras la encorvada figura de una anciana trabaja en el fondo- pero, en general, estamos ante un controladísimo filme documental en la que nada -o muy poco, pues- parece haber sido dejado al azar. Así, las imágenes perfectas que abren, son las mismas que cierran el filme -ese bosque bañado en niebla, ese arroyo cristalino, ese animal muerto, ese puente que se levanta sobre una enorme cañada-, pues queda claro que en Inori lo que permanecerá igual, cuando esos ancianos hayan muerto, es la imponente y arrobadora belleza que los ha rodeado toda su vida.