Puede suceder que, después de haber leído el post precedente, el lector piense que en "la atracción de las flores" hay una cierta exageración literaria.
No hay tal. Queremos demostrar, con otros ejemplos, hasta qué punto las flores se esfuerzan por atraer a los insectos, cuya visita es indispensable para asegurar la continuación de la especie. Esos insectos, mensajeros de amor, efectúan la transmisión del polen.
Las flores son hijas del sol, igual que los insectos, por lo menos en su gran mayoría. Pero existen mariposas nocturnas, como las esfinges del pino, que pueden asegurar la transmisión del polen entre flores que exhalan su perfume principalmente durante la noche (arriba). Por ejemplo, el olor penetrante de la campanilla atrae fuertemente a las esfinges del pino.
Y para facilitar todavía más la tarea de sus huéspedes, las flores no sólo abren sus pétalos a la caída de la noche, sino que cambian de color y se vuelven blancas para que en la obscuridad puedan ser más fácilmente visibles.
El néctar se encuentra en el fondo del nectario, pero la naturaleza ha dotado a esta mariposa de una trompa lo suficientemente larga para que pueda alcanzarlo (la espiritrompa, que en reposo se arrolla).
Las flores ofrecen una recompensa a sus visitantes; pero no todas las visitas son bien acogidas. Se comprueba, en efecto, que las flores tienen preferencias por ciertos insectos. Una disposición particular de los sépalos, una forma determinada o, más aún, la profundidad en que se encuentra el néctar a veces, indican que las flores tienen inclinación por determinado insecto.
Se podría decir que los insectos que aseguran la fecundación deben disponer de la llave necesaria para llegar a la cámara del tesoro. Se trata, naturalmente, de una metáfora para referirnos a la forma del insecto o a la longitud de su trompa.