Nos han inoculado un miedo que se extiende como el chapapote sobre el agua y la arena, a los que contamina, ennegreciéndolo todo. Si eres de los afortunados que aún mantienen un trabajo, vives con el temor a perderlo o a sufrir un empeoramiento de las condiciones laborales y a la continua devaluación del salario. Con todo, sigues pagando unos impuestos y tasas que, al parecer, ya no son suficientes para sostener unos servicios públicos que hasta ayer mismo eran viables. La empresa en la que trabajas mantiene la misma actividad que proporcionaba beneficios a sus dueños y empleo a una plantilla que, sin bajar la producción, ahora está siendo reducida progresivamente y debe aceptar el abaratamiento del sueldo si no quiere irse a la calle. Amenaza con la deslocalización. Por ello, soportas cualquier empeoramiento de las condiciones contractuales con tal de mantener el empleo y porque, encima, vecinos en paro te consideran un privilegiado. Cualquier queja tuya la consideran producto de la ingratitud y una desconsideración hacia los apeados de tu posición de aún en activo.
Pero, si formas parte de los que deben ir cada mes a sellar la cartilla del paro por culpa de un ERE, un ERTE o un cierre patronal, representas una carga para el Estado, al que “obligas” a reducir el período de cobrar las prestaciones por desempleo y el montante de las mismas, a causa de la magnitud de tal “gasto”, aunque hayas estado cotizando durante años mientras estuviste trabajando. Dirán que no has sabido “reciclarte” a las nuevas demandas empresariales y del mercado o que eres un vago que prefiere vivir de la subsistencia pública antes que buscar otro trabajo, siendo reacio a hacerse “emprendedor”, algo muy promocionado. Aún así, ninguna institución te exonera de tus obligaciones “contributivas” (Hacienda, ayuntamiento, comunidad de propietarios, etc.) ni de tus compromisos económicos (hipotecas, préstamos, etc.). Antes al contrario, dejar de pagar puede conducirte al embargo, al desahucio y hasta al divorcio, todo lo cual empeora aún más tu situación y aumenta los gastos a los que hacer frente. Pasas a formar parte de los excluidos de la sociedad. Eso ya no da miedo, provoca pánico.
El trabajo (presente) y la educación (futuro) deberían ser los cimientos más sólidos sobre los que se construye el proyecto social de convivencia de cualquier comunidad, pero en España, olvidados por la acción política, se dejan configurar por decisiones económicas que obedecen a intereses ajenos a los demandados por la sociedad o los ciudadanos, se adecuan a la lógica de la economía en vez de a la de la política, entendida ésta como esa capacidad que nos permite cambiar la realidad y ponerla a nuestra disposición. El patrón hegemónico dominante en la actualidad es el discurso neoliberal que impide un orden social distinto y en el que la política queda reducida a la mera gestión administrativa de recetas económicas que dictan unos “gurús” que nadie elige y que, por supuesto, escapan a cualquier control democrático.
Un “patrón” de sociedad que, además constreñir el presente y el futuro, desvalija el pasado viviente de nuestros pensionistas, los cuales confiaron en terminar sus días seguros de “contingencias” imprevistas que alteraran su plácida vejez. Ese patrón capitalista sacude hoy inmisericorde su jubilación y les reduce sus pensiones, los obliga a pagar una parte de sus medicinas, les niega las ayudas a la dependencia, les obstaculiza el acceso a la sanidad, se desentiende de ofertar plazas en residencias públicas, les cobra por traslados en ambulancias y por la prescripción de recetas y, en definitiva, los trata como una carga que engorda la deuda del Estado.