Inside job: el cuento de nunca acabar

Publicado el 02 septiembre 2011 por Asilgab @asilgab

La primera percepción que a uno se le queda después de visionar la película, es ese miedo que a uno le invade ante lo desconocido, para inmediatamente después preguntarte ¿en manos de quién estamos? El proceso que lleva al director y productor Charles Ferguson a plantearse la necesidad de una regularización del mercado financiero por parte de los Estados, se encuentra plagada de trampas, en las que es tan fácil caer como perderse. En su afán por explicarse y explicarnos ese proceso bajo la neutral voz de Matt Damon como narrador de la historias que se sumergen y emergen a partes iguales en este documental, Ferguson se refugia en el aparentemente incontestable estudio pormenorizado de las causas y efectos de la actual crisis económica, pero más de una vez, cae en el riesgo que el espectador se pierda o caiga abrumado ante tantos datos, que en ocasiones requieren de un conocimiento previo sobre la materia, lo que bien es verdad que no le quita ningún ápice de acierto y verosimilitud a todos su planteamientos, sobre todo, cuando comprobamos que una parte de los responsables de la situación actual se han negado a entrevistarse con él; o cuando nos quedamos estupefactos ante la cara de circunstancias de aquellos otros que se quedan sin respuestas ante las preguntas más que incisivas de un entrevistador que permanece siempre en el anonimato, y que deja todo el protagonismo a la veracidad de las cámaras.
Pero más allá del trabajo de investigación desarrollado para este documental, cabe destacar también dentro de este alud de avaricia y desenfreno de las más bajas pasiones del ser humano, la fotografía de Svetlana Cvetko y Kalyanne Mam, como contrapunto visual y estético de tanta barbarie, pues las imágenes elegidas desde el inicio del documental donde se nos muestra a una Islandia limpia, luminosa y aparentemente virgen y fuera del alcance del poder sin medida del hombre y su civilización, se enlazan magistralmente como un álbum cromático de ilusorios destellos, con los mil y un perfiles que Nueva York posee, y que aquí se muestran a cual más bello, y que en ambos casos, nos sirven de balanza para equilibrar el lado oscuro de aquello que se nos enseña, y que nos deja como mudos espectadores ante tanta destrucción controlada, porque esa es la gran pregunta que cabe hacernos después de superar el miedo inicial que nos sobrecoge: por qué aquellos culpables directos de la crisis no son los primeros en pagar por ello, sino que lejos de saldar su deuda con su patrimonio, se vuelven a sus casas con millones y millones de euros o dólares bajo el brazo, como estremecedor contraste de las ruinas de millones de familias a las que sus decisiones y avaricia han llevado. Sin duda, la ingeniería financiera está ensamblada, con tal maestría, que hace que aquellos que deben perder, sólo ganen.
El camino que recorre el dinero desde que sale de los Bancos Centrales hasta que milagrosamente una buena parte del mismo va a parar a las cuentas corrientes de esta casta privilegiada de enfermos mentales (porque según se nos muestra, las reacciones del cerebro cuando gana grandes sumas de dinero es la misma a cuando recibe una buena dosis de cocaína), se describe con la precisión y frialdad que un documental de este tipo requiere, lo que nos va dejando cada vez más atónitos a medida que la cinta avanza, en un proceso que se inicia en los mercados de derivados (p. ej.: el crédito subprime), y que sigue con los conflictos entre intereses financieros, para continuar con las mal llamadas agencias de calificación de riesgos, y terminar con los comprados y adinerados académicos que reciben millonarias cantidades de dinero por avalar toda esta gran mentira ante los medios de comunicación, y lo que es peor, ante los futuros economistas más influyentes, por formar éstos, parte del alumnado de sus Escuelas de Negocios. Un proceso que finaliza como una película de terror con la conocida como “puerta giratoria”, caracterizada por el amiguismo entre el sector público y privado, lo que nos lleva a contemplar sin dar pábulo a nuestros ojos, como una buena parte de los culpables de la crisis financiera actual han pasado de ser los Presidentes de agencias, bancos, etc., a ocupar los más altos cargos de representación estatales a nivel mundial, como por ejemplo el Secretario de Estado del Tesoro de EE,.UU, el Presidente de Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial, en un proceso interminable, que nos deja indefensos ante tanta ignominia sin fin, que encuentra su última debacle en el diagnóstico descorazonador de la situación actual, que lejos de alejarse de los errores expuestos, profundiza en ellos, de una forma irónica y sarcástica cuando menos.
Todo ello, nos lleva a concluir, que el documental que Charles Ferguson ha rodado y que lleva por título Inside Job, se comporta como el cuento de nunca acabar, y que nos deja con el mismo temor que experimentamos cuando los intrépidos Oliver Stone y Michel Douglas el año pasado nos presentaron Wall Street, el dinero nunca duerme, y nunca mejor dicho.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel