Las series inglesas. Cosa más cómoda, joder. Inside men dura cuatro capítulos de 52 minutitos. Total 208, 3 horas y media y otra serie al bote. Cincuenta minutos más que Django Unchained. Pero claro, los ingleses es a lo que se ciñen: nada de prolongar tramas, nada de cinco o seis temporadas; bueno, en muy pocos casos. Aunque quizás todo sea una trampa. Evitar recortes de metraje en una película de presupuesto ajustado y cortarla en rebanadas simétricas como un trozo de roastbeef. Con lo cual es más digerible, más programable, e, incluso, de haber defectos, más comprensibles. Aunque uno tenga cierta sensación de que podrían estarlo embaucando. Si fuera una película de tres horas y media no creo que llegara a las salas. Pero en esas dosis, resulta sumamente disfrutable. Compartiendo esa estética gris azulada o azul grisácea con otras producciones, como The Shadow Line o Hit and Miss, esta serie acapara la atención gracias a su soberbio montaje, repleto de flashbacks, al secular trabajo actoral de las series británicas (donde no se prima tanto que actores y actrices parezcan sacados de escuelas de modelos y la estética es deliberadamente feísta, lo más alejado posible de la niuyorquización o maiamización o la californiación) y, claro, a su trama.La trama: pues la clásica historia de robo/atraco perfecto. Tan vista, tan requetetrillada, tan previsible. Pero un poderoso gancho que nos absorbe, aunque sea sacando lo peor de nosotros mismos. Ay si yo pillase ese dineral, ay si supiera que no me pillan, qué lejos me iría. Justo hace unos días, en que uno de esos comentarios que por culpa de Blogger (señores de Blogger: ¿tienen ustedes previsto un plazo de cuándo cojones van a ser visibles otra vez los últimos comentarios a través del gadget que dejó de funcionar?) no pueden verse, Horacio (o su alter ego Horoche: los auténticos Jeckyll y Hide del ciberespacio) especulaba si el sentido del delito lo marcaba el sentido del no-descubrimiento y por tanto el no-castigo. Pues bien: esas series no se puede decir que nos pongan a prueba. La prueba está superada: quién no va a largarse con millones de libras si ni siquiera parece que sea necesario hacerle demasiado daño a nadie. Los bancos que se jodan, las aseguradoras lo mismo.Pero claro: siempre algo se tuerce.Si uno ha devorado una insana cantidad de series o de películas, advertirá trazos de otras aquí: la torpeza del delincuente aficionado de Fargo, el proceso de planificación de Ocean's Eleven... pero a mí, sobre todo, no deja de venirme a la cabeza, aparte de muchas series de la BBC con las cuales ésta podría acabar siendo una especie de segunda temporada no declarada, la influencia de Breaking Bad. Sí: detrás de los rincones está Walter White. Detrás del empleado de vida gris y rutinaria, detrás de las cajas de cartón de lo más de lo normal pero repletas de billetes (sobre las que el protagonista duerme una noche, una especie de experiencia dionisíaca), detrás de las reuniones en empresas de lo más respetable con fines de lo menos respetable. Ahí están las primeras muestras del calado de Breaking Bad en una especie de submundo de sustrato algo incómodo: la sensación global, occidental, de que esto es una guerra sin ejércitos ni campos de batalla (o al revés, que todos somos soldados y las ciudades son las trincheras). La sensación de que sólo la temeridad nos puede alejar del desastre al que se precipita el mundo, si no todo, el cachito que nos afecta.Magnífica Inside men, sí. Pero Walter: no sé a qué esperas.