Es curioso cómo, llegados a Insidious: la última llave, el personaje de Elise (interpretado por Lin Shaye) se ha convertido ya en la gran protagonista de la saga. Tanto, que la trama de esta última película versa sobre su pasado. No se trata de una precuela, sino que en esta ocasión Elise y sus compañeros cazafantasmas reciben la llamada de una persona que requiere sus servicios. Al comprobar la dirección, Elise se percata de que la llamada proviene de la casa donde pasó su niñez. Esto dará pie a una serie de situaciones que conectan con aquellos años traumáticos, en especial con el momento de la muerte de su madre y el maltrato al que le sometía su padre.
Tal vez lo más interesante de la película es su capacidad para seguir escarbando dentro de esa particular mitología interna sin necesidad de buscar historias donde los personajes sean accesorios. En este sentido, la trama presenta cierto interés en cuanto a que está mejor construída que en anteriores entregas. Sin embargo, «Insidious: la última llave» pertenece a esa categoría de películas que se te olvidan en cuanto las has visto, ya que lo que ofrece queda muy lejos de ser memorable. Aunque quizás no abusa tanto del sobresalto como su película precedente, encontraremos sustos fáciles en la mayoría de situaciones. La construcción de atmósfera no sorprende en absoluto, con lo que al final todo da la sensación de refrito ya visto. Pero si hay algo que me sorprende sobremanera en toda la saga, y que aquí goza si cabe de mayor protagonismo, es la pareja de cazafantasmas.
Y es que no recuerdo personajes (o más bien actores) más sosos en ninguna otra franquicia de terror. Se supone que estos personajes, interpretados por Leigh Whannell (director de Insidious 3) y Angus Sampson han de servir como alivio cómico, pero solo logran resultar ridículos y fuera de contexto, tanto que a mí me sacan de la película. Puede que influya el doblaje (lamentablemente, no he podido verla en V.O.) pero lo cierto es se me hacen insufribles. Por suerte, Lin Shaye sí raya a buen nivel, y la película cuenta además con un actor interesante, Josh Stewart. Dirige Adam Robitel, que debutó en la dirección con The Taking of Deborah Logan (2014).
Aunque algunos de sus recursos funcionan medianamente bien, otros apelan a la vergüenza ajena, dando como resultado una película desigual que deja un regusto bastante amargo. Conscientes de ello, los responsables han incluído un epílogo final que entronca con la primera película buscando una continuación directa para la próxima entrega (suponiendo que la haya, claro). Es triste, pero esa secuencia parece decirle al espectador: "perdón por lo que acabas de ver, lo bueno vendrá en Insidious 5". Sí, amenazan con volver.