“Si me pica a mí ese animal y no viene a tiempo el doctor señores dueños de casa me dan pa'echame un palo'e ron”. Extracto de “La Culebra”, canción popular venezolana.
Claro que no siempre es recomendable tomar símbolos y relatos de manera literal. Lo importante de un cuento no es tanto que lo relatado sea cierto, como que tenga que ver con experiencias que podamos interpretar como humanas o similares a las humanas, o en todo caso como fuente de conocimiento auténtico. Por ello podemos aprender de una fábula, aunque sepamos que en la realidad una liebre y una tortuga no pueden hablar ni acordar una competencia de velocidad entre ellas. A propósito, ciertas fábulas tienen serpientes de protagonistas, como “La serpiente y la lima”, de Samaniego; la fábula africana de “La serpiente y las ranas”; “La zorra y la serpiente” de Esopo; o “El pato y la serpiente”, de Iriarte. Son muy ilustrativas, pero nadie las asume como literalmente ciertas. Permítame insistir en este punto, por medio de una fábula de mi propia cosecha. La llamaré “El pastor y el serpiente”.
Interprete como desee esta fábula; la intención es que no ande usted por ahí agarrando y manipulando la primera serpiente que encuentre. ¿Qué por qué le cuento esto? Porque algunas serpientes pueden ser mortales y porque hace poco me encontré con una noticia que me pareció tan absurda que tuve que escribir este artículo. Se trata, tristemente, de un hecho real, pero a mi juicio tan desatinado y descabellado, que es punto menos que increíble: Alguien llamado Mark Woldorf, Pastor norteamericano de una iglesia pentecostal en Virginia, fue mordido por una víbora de cascabel durante una práctica conocida como “manipulación de serpientes" en el transcurso de una celebración religiosa, y murió como consecuencia.
Pues resulta que desde hace ya más de un siglo existe una corriente cristiana pentecostal, conocida como “manipuladores de serpientes”, concentrada en la zona de los montes Apalaches en los Estados Unidos, y que entre sus particularidades está tomar serpientes con las manos durante el servicio religioso. El fundador fue un tal George Went Hensley, quien introdujo la práctica en una iglesia en Tennesse y que luego fundó su propia iglesia, aparentemente con el requisito de la manipulación de serpientes como evidencia de salvación.
Advierto ahora que no tengo nada en contra de confesiones religiosas (ni contra las serpientes), siempre que se mantengan dentro de la esfera privada (las religiones, me refiero; los ofidios deberían estar en su ambiente natural); que las respeto y que este texto no es un manifiesto en su contra. Yo no seré, personalmente, muy creyente, pero considero que las religiones y las iglesias -con muy escasas excepciones- pueden ocupar un espacio beneficioso en la vida de la gente. Agregaré que hay personas muy queridas para mí que son o han sido miembros de cultos pentecostales y si bien estos cultos no me atraen, he visto en ellos cosas bonitas. Pero para mí es también importante decir que existe una línea clara entre la obediencia a un texto religioso y el hecho de llevar crótalos a una reunión de iglesia. Que creo que no vale la pena exponerse a un riesgo semejante en nombre de ninguna creencia, y que juzgo que un Pastor (o el clérigo de cualquier religión) puede, en general, ser más útil vivo que muerto por una totalmente evitable mordedura de serpiente.
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