Quien haya vivido en los países musulmanes conoce el martirio de los gritos del muecín con sus llamadas intempestivas a la oración, agravadas con la creciente potencia de los altavoces orientados en todas las direcciones e instalados en el alminar.
Mucho más cortas y apacibles son las campanas catedralicias del mundo cristiano, aunque quien vive en su cercanía no piense igual.
Pero más horrible que los gritos del almuédano es el anuncio de “Diana y Alboradas” del verano con las que en todos los pueblos, barrios, aldeas y caseríos de España despiertan y torturan a los apacibles ciudadanos.
Parece que todas las vírgenes y todos los santos patronos exigen un homenaje similar al de una guerra o como la que le ofrendan los pamplonicas a San Fermín y los valencianos a su santa Amparín, chupinazo va, charanga viene, desde las seis, siete u ocho de la mañana y que le revientan los tímpanos a los durmientes.
Y a los demás seres vivos, incluidas las apacibles aves migrantes, que huyen despavoridas prometiéndose que jamás harán turismo por aquí.
Aunque quienes más sufren son nuestros perros y gatos, a los que su patrón San Antón no protege como debería y que, incapaces de volar como los pájaros, se esconden doloridos y aterrorizados, Por muy religiosas que sean las fiestas ellos seguro que reniegan de toda religión.
Los carteles anuncian las fiestas patronales que cada mañana durante una semana se inician con “Diana y Alboradas”, en las que siempre hay un curilla igualito al líder comunista Gaspar Llamazares correteando emocionado alrededor del pirotécnico, que suele ser un barrendero que también tira los cohetes:
“Más potentes, más potentes, y muchas más bombas que hay que despertar a todos para la misa”, grita el excitado muecín cristiano porque fuera de esos días cada año atrae a menos gente a sus oficios.
Consecuencia: por culpa de los muecines y sus altavoces muchos musulmanes han perdido el sueño, aunque rara vez la fe, y muchos cristianos, con sus diarios “Diana y Alboradas” además del sueño, pierden la fe entre maldiciones por las bombas de palenque del señor párroco ese, tan entusiasta, saltarín y hasta es posible que tan comunista como Llamazares.