Una vez más, empecinados en tropezar en la misma piedra, las elecciones de hoy volvieron a resaltar que nuestros elegidos deben, por obligación, pactar y llegar a acuerdos entre ellos para formar un Gobierno que agote su mandato, olvidándose de preparar elecciones hasta dentro de cuatro años. Los ciudadanos, por enésima vez, han vuelto a demostrar que tienen claro lo que desean, aunque los políticos no acaben de aceptar el veredicto de las urnas. Porque ya los votantes no contemplan aquellas mayorías absolutas que hacían y deshacían a su antojo. Ahora exigen contrapesos entre formaciones en el poder para que se vigilen mutuamente en el cumplimiento de sus promesas. Y una oposición igualmente diversa para que existan alternativas al discurso oficial y posibilidades, también distintas, de conformar mayorías parlamentarias. A partir de hoy, lo que resta es que los representantes del pueblo cumplan con su trabajo y dejen de ponerse zancadillas para obstaculizarse con vetos e imposiciones sectarias, como si cada cual tuviera la razón y la receta milagrosa para arreglar de un plumazo los grandes problemas que tiene España. Es hora de ponerse a trabajar y gobernar este país. ¿Cuántas veces hay que ir a las urnas para que lo asuman?
Lo que ha quedado claro es que, cuando se repiten unas elecciones, baja la participación de los ciudadanos y se produce un cierto castigo al partido gobernante (PSOE pierde dos diputados) y al causante que los votantes perciben como el responsable de la falta de acuerdo (Ciudadanos y Unidas Podemos). ¿Tomaran ahora todos ellos buena nota de esta lectura de los resultados que arrojan las urnas? Deberán hacerlo porque, por culpa de unos y otros, hoy, más que un día aciago, ha sido un día electoralmente inútil para solventar lo que los políticos son incapaces de resolver: su propia incapacidad para consensuar pactos que hagan posible la gobernabilidad en España. Y ello es ya un imperativo ineludible para todos los que se han ganado un asiento en nuestras Cortes Generales.