Instinto básico

Por Desmadreando @desmadreando

Y en este caso la peli no va de sexo. En este caso la peli va de suspenso, de miedo y supervivencia.

¡Nada como pasar un fin de semana festivo fuera de casa para descansar y dejar la rutina atrás! No importó la lluvia para hacer expediciones. Comimos como reyes en Bilbao y tomamos cafés a la orilla del Guggengeim con la mejor compañía posible: una amiga a punto de ser madre y el placer de “desvirtualizar” a una mercadóloga madre- práctica y nueva amiga.

Todo iba perfecto. De vuelta en Santander a pesar del viento y el mal clima disfrutamos de Critter, los columpios, los niños y “las mamis de parque”- de esto iba a ser mi post dominguero- cuando en eso un giro inesperado hizo que nuestras vidas dieran un vuelco.

He estado dos veces en situaciones verdaderas de peligro:
– A los 24 años me dio una tromboembolia pulmonar y casi no me da para seguir desmadreando.
– Cuando vivía en México me asaltaron dentro de mi coche y rompieron los cristales del mismo con la culata de la pistola para arrancarme el bolso y el reloj.

Debo decir que pasé mas miedo en el segundo incidente pues todo fue muy rápido violento y mi padre acababa de morir. Así que me sentía mas indefensa que nunca.

Hoy me di cuenta que poco podemos hacer ante el peligro y menos si se trata de nuestros hijos.

Para ponerlos en situación deberán imaginar que el piso que nos dejaron para disfrutar este fin de semana es el típico para “veraneantes” en zona de “veraneantes”. Es decir, en otoño ahí no hay ni Dios padre. Es una finca de tres pisos y justo este fin no aparecieron ninguno de los vecinos. Estábamos solos para darnos amor.

El domingo corría y estábamos preparándonos para volver a casa. Como bien saben, el domingo es día de recogimiento. Pocos negocios abren sus puertas, pero en España por norma general- todo suele estar cerrado.

Semenator bajaba las maletas al garaje mientras yo empaquetaba comida, pasaba la fregona, amarraba a Critter a la silla y con los seis brazos sobrantes cogía pañalera paraguas, chaquetas, fuerzas y ánimo.

En eso venga a sonar el móvil. Una. Dos. Tres llamadas perdidas. Pensé que era el padre de familia que iba a reñirme por tardar tanto. Al no tener manos para buscar el móvil mejor decidí salir apresurada del piso y llamar al ascensor para bajar al reencuentro en el garage.

Abrí la puerta del piso, empujé la silla de Critter con ella amarrada, puse pañalera, nevera, ordenador, bolsa de basura y resto en el piso obstruyendo el paso y en eso…sonó el telefonillo. Tres timbrazos. Algo se ha de haber olvidado Semenator- pensé yo.

Con la puerta abierta, niña afuera gritando, cientos de objetos obstruyendo el paso descolgué el telefonillo. La voz de mi marido-muy seria- repetía unas palabras que no hubiesen tenido sentido si no fuese por lo siguiente:

-“Cierra la puerta y pase lo que pase no salgas con la niña”- repitió con voz autoritaria.

No acababa de decir la frase cuando por las escaleras- que están justo enfrente de la puerta del piso- aparece un hombre.

Un hombre desconocido. Podría decirles que era mexicano, peruano, español, rumano. Todo tipo de fenotipo me hubiese dado igual miedo pues las palabras de Semenator fueron claras y yo no cumplí la orden. La puerta estaba abierta, la niña afuera y yo sabía lo que estaba ocurriendo.

El hombre era negro.

Sólo alcance a susurrarle a Semenator: “Está bien, sube por favor”- a manera de súplica.

Se me cayó la vida. Ahí. Una descarga de adrenalina me paralizó.

Critter rompió el hielo y le dijo “Hola”. El hombre sonrió y respondió- “Hola”.

¿Siete segundos? Una infinidad. Mi mente pensó enemil cosas en 7 segundos. Mi hija estaba en medio. Ningún movimiento podría realizar ágilmente para protegerla.

El hombre me miró.

Silencio.

Critter le mostró al hombre desconocido su nueva adquisición: un bebé Lilliputiense que justo había comprado con la decisión de fomentar la integración.

Idiota.

Cuando un hombre- sea del color que sea- se presenta sin ser invitado en tu casa da miedo. DA MUCHO MIEDO. ¡Y una mierda con el color que sea!

El hombre se giró. Siguió subiendo las escaleras al piso de arriba.

En un arranque de histeria metí la bugaboo en un microsegundo. Cerré la puerta, localicé los cuchillos- he visto muchas películas lo sé pero era lo único que tenía a  mano- y no dejé de mirar por la mirilla.

El hombre bajó nuevamente. Se detuvo frente a la puerta. Dirigió su mirada hacia la mirilla. Se quedó mirando fijamente. Me veía. Se giró lentamente. Indeciso. Y decidió bajar..

Cogí el móvil e intenté llamar como desesperada a mi marido. ¿Estaría bien? ¿Habría visto al hombre y entonces habrá salido a buscar a la policía o a pedir ayuda?

Daba línea ocupada.

Por favor. Contesta. Por favor.

Critter lloraba. Obviamente sentía la tensión.

¿Un minuto? No sé cuánto tiempo había pasado.

Sonó el telefonillo. Era Semenator:

- “Si ves a un hombre. Específicamente a un hombre joven, alto, no muy fuerte y de color no te espantes. Es Boo-Boo. Mis padres me han confirmado que es el conserje.”

Me dejé escurrir por la pared y me senté en el piso. Me había mareado.

No había peligro. Todo había sido una recreación mental.

Semenator igualmente se había espantado al ser domingo, al ver a un hombre que estaba en el jardín y accedía a los departamentos.

Semenator nunca supo que al avisarme por el telefonillo yo tenía al hombre delante.

Mis suegros no paraban de reír.

Y hoy hemos bautizado a la pequeña bebé de Critter: “Boo-boo”.

¿Cuántas veces no juzgamos antes de tiempo? ¡Cuántas veces es imposible ante el peligro- real o imaginario- poder proteger a nuestros hijos!

La adrenalina como instinto básico me paralizó. No grité, no hice ninguna estupidez, no fui madre coraje. Sólo mostré mi sonrisa Profident y me hice caquita.

Critter y Boo-boo me defendieron- y me enseñaron que todo siempre tiene diferentes versiones.

Ella es nuestra Boo-boo