La primera de ellas es la monarquía, que define nuestra forma de Estado y un modelo de vida en común. La monarquía está sumida en el desprestigio y es comidilla en tabernas a causa de los desmanes hormonales y los abusos cinegéticos de un rey que no supo mantenerse a la altura dignataria del cargo y se vio obligado a abdicar. A pesar de haber amortiguado su designación dictatorial con el rechazo mostrado a un golpe de Estado en la incipiente democracia, el posterior comportamiento del titular de la corona, basado en la hipocresía y el despilfarro, ha evidenciado el abuso y una falta de respeto con unos “súbditos” a los que ofendía la falta de decoro en el ejercicio de las elevadas funciones representativas del Jefe del Estado, mientras se les exigía austeridad en lo material y acato a una moral católica, por imperativo legal. El daño producido a la institución es tanto más grave por cuanto viene a justificar y alimentar el rechazo que muestran amplios sectores de la población que no toleran una monarquía sin extracción democrática ni refrendo popular, aunque proceda avalada subrepticiamente por la Constitución. Costarátrabajo y tiempo limpiar una institución mancillada por quien debía precisamente velar por su brillo y ejemplaridad.
Sin embargo, gracias a las instituciones es posible mantener la gobernabilidad del país y que no se detenga el funcionamiento rutinario de las distintas administraciones del Estado, incluso en períodos, como el actual, en que la falta de un plan de ruta las mantiene en una situación de “espera”, de stand by mientras se decide la orientación que ha de impulsarlas de nuevo. Instituciones mancilladas, sí, pero necesarias y útiles, aunque en eficiencia mejorables. Sin ellas, España estaría hoy al pairo sin un Gobierno capacitado para tomar iniciativas, sin un Parlamento que elabore leyes, con un Poder Judicial politizado y una Monarquía desprestigiada. Las instituciones no constituyen el problema, sino el uso que se hace de ellas y los abusos que cometen los responsables que las ocupan. El problema lo originan quienes las mancillan.