Es un libro brutal, que te lleva de las lágrimas a la risa, al odio, al asco, a la alegría, a la pena. Que te conmueve, en muchos sentidos, y que, además, te enseña. Y te hace escuchar música clásica, si se lee como es debido, esto es, con su lista de reproducción de Spotify sonando.
James Rhodes era un niño normal, quizá algo más sensible que el resto, al que su profesor de gimnasia violó sin cesar durante varios años. Desde que Rhodes tenía seis en adelante. Nada de abusos sexuales, no. Violaciones. Sin que nadie, ni familia ni profesores, movieran un dedo, pese a las alarmantes señales que existían.
A partir de ahí, comienza el viaje. Un descenso a los infiernos, surcado de momentos de, aparente, paz. Una búsqueda de sí mismo, de aquel que era antes de que aquello pasara. Un camino en el que la música ha sido y es esencial. Porque Rhodes ahora es un icono pop, alguien que ha sacado a la música clásica, a la de verdad, a la calle y la ha puesto a nuestro nivel, al tuyo y al mío. Ha dado un puñetazo en la mesa, se ha enfrentado a los puristas, y sin desvirtuar en ningún momento las creaciones que interpreta, nos las ha acercado, para que perdamos el miedo y conozcamos, de verdad, qué es la llamada música clásica.
Imprescindibles, en esta línea, son los artículos que el propio James Rhodes escribió sobre las entregas de premios de música clásica en Reino Unido. Vienen recogidos al final del libro y son una joya, hacedme caso.
En fin, que Instrumental es una maravilla. Una de esas lecturas adultas, completas y, de algún modo, catárticas. Aquí os dejo la entrevista de James Rhodes en Jot Down, por si queréis saber más de este tipo tan especial, íntimo amigo de Benedict Cumberbatch (por ahí supe yo de su existencia hace algunos años), que una vez me contestó a un tuit (uno de mis grandes logros tuiteros) y que es, en esencia, buena, muy buena, gente. Además de un genio, que también.