Al leer Intemperie, no he podido evitar acordarme de otra novela de huidas desesperanzadas: La carretera, de Cormac McCarthy, otra narración que enfrenta a la inocencia con la catástrofe absoluta y que se caracteriza por su gusto por la descripción detallista de los ambientes que se van atravesando. Aquí nos encontramos básicamente ante un páramo inmenso, una tierra azotada por una interminable sequía que ni siquiera ofrece demasiados lugares donde ocultarse a un fugitivo. El niño es inteligente: ha planificado su huida y va siguiendo en sus primeros pasos su camino centímetro a centímetro: deteniéndose y escondiéndose cuando es necesario, pasando horas agazapado para burlar a sus perseguidores. Pero pronto se va a encontrar con que la tierra que pisa le es absolutamente hostil: encontrar comida y bebida se vuelve una tarea muy complicada. Solo la aparición de otro personaje, un viejo pastor de cabras, va a reactivar la esperanza en el protagonista.La gran fortaleza de la novela de Carrasco, lo que hace que el lector siga su trama con interés es la riqueza del lenguaje que despliega el autor, haciendo uso de todo tipo de términos para describir hasta el más pequeño detalle de los parajes en los que esta transcurre, lo que la dota de cierto halo cinematográfico. La otra característica destacada es la crueldad. El autor no hace concesiones a la edad del protagonista y le hace atravesar un verdadero Calvario en pos de un destino absolutamente incierto. Respecto a las razones de la huida, el escritor extremeño va dosificando sabiamente la información de las causas, aunque deja aquí allí y allá varias pistas que luego resultan muy evidentes. Intemperie, novela poco original, pero sorprendentemente bien escrita, nos recuerda de nuevo que la vida puede ser brutal y cebarse con el más inocente.
Al leer Intemperie, no he podido evitar acordarme de otra novela de huidas desesperanzadas: La carretera, de Cormac McCarthy, otra narración que enfrenta a la inocencia con la catástrofe absoluta y que se caracteriza por su gusto por la descripción detallista de los ambientes que se van atravesando. Aquí nos encontramos básicamente ante un páramo inmenso, una tierra azotada por una interminable sequía que ni siquiera ofrece demasiados lugares donde ocultarse a un fugitivo. El niño es inteligente: ha planificado su huida y va siguiendo en sus primeros pasos su camino centímetro a centímetro: deteniéndose y escondiéndose cuando es necesario, pasando horas agazapado para burlar a sus perseguidores. Pero pronto se va a encontrar con que la tierra que pisa le es absolutamente hostil: encontrar comida y bebida se vuelve una tarea muy complicada. Solo la aparición de otro personaje, un viejo pastor de cabras, va a reactivar la esperanza en el protagonista.La gran fortaleza de la novela de Carrasco, lo que hace que el lector siga su trama con interés es la riqueza del lenguaje que despliega el autor, haciendo uso de todo tipo de términos para describir hasta el más pequeño detalle de los parajes en los que esta transcurre, lo que la dota de cierto halo cinematográfico. La otra característica destacada es la crueldad. El autor no hace concesiones a la edad del protagonista y le hace atravesar un verdadero Calvario en pos de un destino absolutamente incierto. Respecto a las razones de la huida, el escritor extremeño va dosificando sabiamente la información de las causas, aunque deja aquí allí y allá varias pistas que luego resultan muy evidentes. Intemperie, novela poco original, pero sorprendentemente bien escrita, nos recuerda de nuevo que la vida puede ser brutal y cebarse con el más inocente.