No tenía intención de leer Intemperie de Jesús Carrasco (Badajoz, 1972). Desconfío de los fenómenos literarios instantáneos, de los libros que son el más leído incluso antes de que se hayan publicado, que se publican en el extranjero antes que en su propio país; y se publican en su país debido al clamor extranjero sobre él (una prueba más del provincianismo patrio). Desconfío de las campañas de marketing desmesuradas, porque soy profesor de economía y sé que nadie pone sobre la mesa mucho dinero para promocionar algo que no piense que va a ser fácil vender; y para vender muchos libros en España (un número suficiente como para justificar la inversión en marketing) el libro ha de ajustarse a los gustos de la masa mayoritaria; es decir, ha de ser un bestseller, un libro que pueda satisfacer al público de Arturo Pérez-Reverte o de Almudena Grandes. ¿Alguien ha visto una campaña de marketing desmesurada para promocionar un libro de Ricardo Piglia, por ejemplo? No la ha visto porque sus editores saben que no pueden atraer al público de El maestro de esgrima a Respiración artificial. Por otro lado, también sé que a veces ocurre que, de repente, de modo imprevisto triunfa un libro profundamente literario y se convierte en un bestseller a posteriori sin por ello perder su esencia literaria, y conquistando a un amplio colectivo de lectores. Pienso en algunos libros del boom hispanoamericano, por ejemplo. El primer caso descrito parece más frecuente que el segundo.
He terminado leyendo Intemperie porque me la prestó un compañero del colegio donde trabajo. Yo le había dejado algún libro, él me había querido dejar algún otro, y me pareció una grosería rechazar todos los que me ofrecía. Él, además, es profesor del departamento de Lengua y su criterio me parece fiable. Él se leyó Intemperie de un tirón y le gustó bastante.
Intemperie sitúa su acción en un lugar indeterminado, al que se denomina “el Llano”; un lugar que podríamos identificar con la meseta central española. El tiempo narrativo parece el de la posguerra; el mejor párrafo para poner fecha a la acción de la novela sería uno que aparece en la página 22: “Sólo el alguacil disponía de un vehículo a motor en la comarca y, que él supiera, sólo el gobernador poseía un vehículo de cuatro ruedas”. Una persistente sequía ha llevado a que muchos pueblos de la región estén casi deshabitados, y este hecho, sin ser fantástico, sí que le da a la novela un regusto apocalíptico, que podría entroncarse con La carretera de Cormac McCarthy, como señala la solapa del libro. En Intemperie nadie tiene nombre propio (aunque a un ayudante del alguacil se le designa con el apodo de Colorao), y en sus páginas nos encontraremos con un niño, un cabrero, un alguacil, un padre, y algunos animales, unas cabras, un burro, un perro… En la primera página aparece el niño huyendo de su casa (un niño que nunca antes había salido de su pueblo). “La estampa del padre, solícito y servil, volvió a su mente en compañía del alguacil”, se afirma en la página 12, y en esta frase se recoge el drama que mueve a los personajes de la novela: el alguacil está abusando sexualmente del niño bajo la connivencia del padre y el niño ha tomado la decisión de huir. Su huida por un Llano inclemente, perseguido por una partida de hombres al mando del alguacil, vertebra la novela. Al niño le ayudará un cabrero que conoce los trucos necesarios para sobrevivir a la intemperie en el Llano.
Mucho se ha hablado del lenguaje de esta novela, un lenguaje repleto de arcaísmos del campo; más abundantes, apuntaría, que los arcaísmos contenidos en una novela rural de Miguel Delibes. Creo que era Borges el que afirmaba que un escritor no debe escribir usando un lenguaje diferente al que usan sus lectores. Si el lenguaje de esta novela es el propio del autor, el lenguaje con el que habla habitualmente a sus amigos, porque se da la circunstancia de que habita en un entorno rural desconocido para un urbanita, entonces me parece que tiene sentido usar esas palabras en la narración como un argot propio, pero me resulta más extraño cuando son palabras que el autor, dado su contexto vital, no puede usar de forma natural. Los escritores de bestsellers suelen estudiar una época y en ella sitúan a esos personajes tan nobles que siempre luchan por restablecer la justicia y el amor en un mundo sucio y corrupto. Los escritores de bestsellers, ya que se han tomado la molestia de estudiar una época, nos la cuentan; y así el lector tendrá la grata sensación de que, además de entretenerse cuando el amor joven triunfa tras vencer al malvado, está aprendiendo. El lector de bestsellers aprende mucho leyendo: sabe cómo se construye una catedral, sabe cómo es la organización territorial romana, sabe qué malo era el esclavismo… frente a los lectores de literatura, que leen sobre cucarachas gigantes que horrorizan a su familia (no quiero ser un plagiador: estoy parafraseando un artículo de Javier Cercas). Más de una vez, leyendo Intemperie da la sensación de que Carrasco también ha estudiado una época y nos la cuenta: ha estudiado sobre el tiempo en el que la gente viajaba en burro y ha aprendido sobre ello. Por supuesto no se resiste a contarnos cómo se “monta un burro” para salir de viaje: “El viejo agarró al burro por la cabeza y tiró de ella hasta que el asno se puso de pie. Sin destrabarlo, colocó sobre su lomo un albardón largo de lona armada. Encima dispuso un ropón de arpillera raída y luego una albarda de centeno cuyo ataharre el viejo pasó por debajo de la cola. Antes de cargar al animal, redistribuyó el relleno de paja, que con el trasiego se había acumulado en las partes bajas del aparejo. Lo aseguró todo con una cincha de esparto gruesa que apretó bajo la panza de la bestia. Encima de la albarda extendió el mandil, lo que hizo al chico recordar el momento de la misa en el que el cura volvía al altar después de haber dado la comunión. Con la ayuda del monaguillo, iba apilando sobre el cáliz el corporal, la patena, el purificador y la llave del sagrario. Por último, el viejo cruzó sobre el mandil cuatro aguaderas de esparto unidas entre sí, acomodando dos en cada flanco. El burro, que hasta el momento se había mostrado tranquilo, hizo ademán de iniciar la marcha. El viejo le acarició la frente y le metió los dedos por el tupé que asomaba entre las orejas y el asno volvió a la calma” (págs. 55-56). Cuando leí la escena anterior me pareció que resultaba narrativamente innecesaria y que era el afán de mostrar lo aprendido lo que llevaba a Carrasco a incluirla en su novela. En todo caso, si usted tiene un ipad y juega al Apalabrados le será muy útil leer Intemperie: si consigue encajarle a alguien palabras como serijo o taray seguro que consigue más de 30 puntos de golpe. Resulta raro pensar cómo será la traducción a otros idiomas de este vocabulario tan específico.
A pesar de lo comentado, del abuso de un vocabulario rural extraño al uso habitual del autor, he de apuntar que Carrasco escribe bien, con unos juegos metafóricos, siempre dentro del contexto elegido, ricos y originales. También el ritmo de la novela es bueno, si tenemos en cuenta que lo que se narra aquí es una historia bien sencilla: un malvado alguacil persigue a un niño desamparado que recibirá la bienhechora ayuda de un cabrero noble. En realidad, esta narración parece la adaptación para adultos de un cuento infantil. Lo más original es el escenario sobre el que la persecución tiene lugar: ese Llano brutal y desértico, que acaba cobrando un protagonismo tan fuerte.
Sé que mi percepción de una novedad literaria varía según la repercusión inmediata que ésta haya tenido, y que me gusta ir a contracorriente: si me están diciendo que el libro es excepcional entonces lo leeré con escepticismo, y si el libro que leo no ha tenido ninguna repercusión, entonces tenderé a reivindicarlo.
¿De la reseña que he escrito se puede deducir que no me ha gustado Intemperie? En realidad, no. Me ha entretenido leerla, pero desde luego no creo que sea la excepcional obra maestra que el marketing nos están diciendo que es. Diré más: hace unas semanas comenté la novela El peor de los guerreros del joven escritor chileno Rodrigo Díaz Cortez, y gracias a facebook pude intercambiar unas palabras con el autor, quien me dijo que en tres años la de mi blog era la segunda reseña que recibía su novela. Una novela que no ha tenido ninguna traducción a ningún idioma, ni ha alcanzado una segunda edición. Intemperie se publicó en enero de 2013 y la edición que me ha dejado mi amigo es la séptima (editada en marzo) y se está comercializando en trece países.
No entiendo por qué unos tanto y otros tan poco, cuando El peor de los guerreros es una novela, dada la complejidad de su trama y su acervo de personajes, superior a Intemperie.