A fuerza de caídas y recaídas me he ido dando cuenta de que gastaba mucha energía en calentones, berrinches, vociferios, malas contestaciones, portazos, uñas masticadas hasta la sangre, repiqueteo de dedos en la mesa, piernas en constante movimiento “de máquina de coser”, y malentendidos varios y absurdos con todo y todos los que me rodeaban. Y después de que hago esta observación íntima, y aplico la solución de simplificarlo todo, me encuentro mejor, bastante mejor.
Sin embargo, hay días en los que, desde la mañana, uno empieza a encontrarse con mezquinos, antipáticos, brutos maleducados, maleducados sutiles, intolerantes, homófobos, crecidos, estirados, arrogantes, prepotentes, intrigantes… y esos días, por más que mis planes me ordenen a hacer lo contrario me entra un hervor, una indignación tal que me siento, casi como decía Rosendo, loco por insultar.