Lo más extraño
Un tipo que dirige un periódico se levanta una mañana extrañado de su propio cuerpo, como si su cuerpo no le perteneciese. Es un tipo maduro, sin signos claros que anuncien la vejez pero con arrugas breves que van indicando por qué sumideros se precipitará su cuerpo. El extrañamiento lo inunda todo: la ducha, el café, la corbata, el beso de despedida. Cuando sale a la calle el mundo le resulta igual de extraño. Piensa que estar vivo responde a un estado de extrañeza en el que toda experiencia sensorial es una trampa, o una bisagra que articula al menos dos realidades: una, la que percibe, otra, la que nunca podrá conocer.
El tipo dirige un rotativo humilde, sin grandes pretensiones.
Cuando entra en la redacción, el extrañamiento, la sensación de que algo no cuadra, desaparece. Pero poco a poco, con el segundo café y la urgencia de los titulares vuelve de nuevo a sucumbir ante la sensación de que algo no anda del todo bien, todo es extraño porque él es extraño. Todo es inexplicable.
En realidad esta sensación no es nueva, lleva viviendo con ella desde un tiempo impreciso, a decir verdad nació con la sensación de que vivir era una cosa extraña pero singular o quizá sencillamente singular. El lenguaje no da para más y hoy se ha levantado con una frase anclada en las profundidades del océano de su conciencia: todo es extraño. El mundo es extraño, el periódico que dirige es extraño, la búsqueda constante de un titular es extraña, informar es un acto extraño. Se dice así mismo que puede uno pasar por el mundo en un estado perpetuo de extrañeza y morir en un accidente de tráfico, sin mayor relevancia. Puede uno pisar la dudosa realidad del mundo sin saber con certeza qué pasos ha dado, sin saber si hizo uno siempre lo que quiso o lo que se vio empujado a hacer.
EL tipo tiene sobre su mesa una noticia que se perfila como titular para edición de mañana: un juez del Consejo General del Poder Judicial ha sido denunciado por irregularidades en sus gastos; ha gastado demasiado en viajes que no queda claro si fueron profesionales o personales; no hay facturas, no hay justificación, no hay respaldo legítimo.
El tipo ha lidiado media vida con casos similares y el titular siempre ha sido el mismo: constatar el hecho, poner en negritas y mayúsculas el nombre del corrupto, informar. El nuevo caso que tiene sobre la mesa no entraña, por lo tanto, ninguna novedad. Ningún periódico vende exclusivas, se dice, lo único que hacemos es repetir viejas ceremonias, el hombre está podrido, se dice.
Empieza a entender de dónde viene la sensación con la que despertó o al menos empieza a cercarla con palabras: el mundo es un gran equívoco, y yo soy un hombre equivocado, piensa.
Le asusta la normalidad con la que todo es aceptado: un juez con cargo público no debería de jugar con el dinero de los contribuyentes. Pero antes de dar la orden pertinente, para que ese sea el titular, decide documentar un poco la noticia. Hace un par de llamadas y pide un dossier en el que aparezca qué leyes inflige el juez en cuestión.
Pasa la mañana a la espera, dándole vueltas a su extrañeza, arrepintiéndose por perder el tiempo con una noticia que muy pronto quedará olvidada. Los asuntos no hacen muesca en el revólver de la vida, los asuntos no suman, al contrario, van restando en la tolerancia a la perplejidad del lector; cuanto más grave es el asunto más indiferente es la respuesta. Se enzarza así en un monólogo interminable que no le lleva a ninguna conclusión.
Come con los jefes de redacción y comentan el asunto. Todos parecen indignados. A nuestro tipo la indignación no le parece suficiente, le parece, incluso, que cuadra con el síndrome de extrañeza con el que despertó. La indignación alimenta la indiferencia, porque es su daño colateral.
Cuando vuelve de comer tiene el dossier en su mail. Parece que el juez en cuestión no ha cometido ningún delito; en el Consejo General del Poder Judicial los jueces no tienen la obligación de justificar sus gastos.
El titular que tiene sobre la mesa es una pequeña columna de humo, un pequeño affaire dentro de la inconmensurable bastedad de podredumbre con la que lleva conviviendo toda una vida. No importa si publica o no la noticia, la cuestión es si merece la pena informar, si la actualidad, los hechos, tienen algún peso no ya en la conciencia de los lectores, sino en la realidad. Quizá de ahí viene la extrañeza que el tipo arrastra desde que estudió la carrera, y que hoy se ha acentuado ya no sabe si al despertar, o al comprobar que lleva treinta años viendo desfilar titulares muy parecidos al que tiene sobre su mesa. Lo extraño, lo más extraño es que esta no es la primera vez que se plantea estas cuestiones e intuye que no será la última.
El titular que han propuesto sus colaboradores es el siguiente: “Un juez del Consejo General del Poder Judicial gastó de forma injustificada treinta mil euros en dos meses”. La frase no falta a la verdad, pero tampoco la explica. La verdad cojea.
El tipo piensa que vivimos demasiado pendientes de la actualidad, pero que los hechos no son fruto de un presente continuo, como puede parecer, los hechos responden a la mecánica causa efecto, y los titulares traicionan este principio, porque no explican nada, porque sólo muestran; parece que el tiempo se hubiera detenido en un hoy que siempre es igual o un hoy que va encontrando infinitas variaciones que niegan la posibilidad de un futuro y anulan la perfección del pasado. El tipo piensa que el pasado es siempre perfecto y el futuro es siempre condicional. El tipo piensa que está cansado de publicar lo que ha sucedido por la mañana para que mañana todo quede enterrado bajo la montaña de la actualidad. El tipo piensa que en algún lugar de su biografía, en algún lugar de la historia reciente, todo se ha ido al carajo y hemos seguido consumiendo el día a día creyendo que aquello que se fue al carajo quedaba atrás, muy lejos. El tipo piensa que no debe ser así, que el presente sólo puede deshacer su nudo gordiano si presta atención a lo que le llevó a ser presente.
Entonces, en un fogonazo, vuelve al dossier que tiene en el mail y recapacita. Toma la siguiente decisión: publicarán este titular: “Los jueces del Consejo General del Poder Judicial no tienen que justificar sus gastos”. Decide además que ese será el titular que encabezará su periódico hasta que la ley sea actualizada. Decide que su periódico no va a mostrar la actualidad hasta que no se revise el pasado. Sabe que en dos días las ventas caerán. Sabe que mantener la misma portada durante días, meses, años, es un suicidio. Sabe que tendrá que cerrar el periódico. Pero no le importa. La extrañeza desaparece y en su lugar ruge una gigantesca carcajada.
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