Históricamente Alemania ha basado su poderío futbolístico en una fortaleza física y mental que termina por hacer caer a sus rivales incluso en las condiciones más adversas. Se trata de un factor muy arraigado en la cultura germana, su resistencia, ya que no debemos olvidar que es una país que durante el último siglo ha debido reconstruirse como potencia económica tras salir derrotada en dos Guerras Mundiales. La fama de la rocosidad y constancia germana que define a los alemanes en un campo de fútbol se remonta al año 1954. En este año, Alemania se proclamó por primera vez Campeona del Mundo en Suiza tras derrotar a Hungria (quien apenas unos meses antes la había derrotado por 8-3), el llamado equipo de oro, que por aquel entonces contaba en sus filas con Ferenc Puskas y que era la selección de referencia a nivel mundial y que acumulaba más de 30 partidos consecutivos sin conocer la derrota. Hasta que bajo la lluvia de Berna y tras empezar encajando dos goles en los primeros diez minutos de partido comenzó a forjarse la leyenda de Alemania al terminar venciendo el partido y alzarse con la copa.
La respuesta del pueblo alemán a su nueva situación, aún hoy, resulta admirable. En vez de quedarse anquilosados en los reproches, la vergüenza y la culpa por las aberraciones sufridas durante la segunda mitad del siglo XX se optó por construirse desde un optimismo centrado en la construcción de una sociedad cosmopolita que permitiera las nuevas generaciones ser dueñas de su futuro sin sentirse presas del pasado. Parte de esa nueva mentalidad se reflejó en los terrenos de juego ingleses en la Eurocopa del 96 en Inglaterra de la que salieron campeones con el gol de plata de Bierhoff y la omnipresencia de Matthias Sammer. El pelirrojo central alemán era un ejemplo de la nueva mentalidad de mirar hacia el futuro disfrutando del presente. Antes de la caída del muro, Sammer, jugador de la Alemania Oriental viajó a la zona occidental para fichar por el Stuttgart, sin saber que estaba siendo investigado por la STASI, que impidió que la operación se concretase. Un año después, tras los acontecimientos de Berlín, Matthias se enfundaba la elástica del Stuttgart en una acto de integración de lo que debía ser la nueva Alemania unificada.
Con la llegada del nuevo milenio el fútbol alemán se vió sacudido por una serie de resultados nefastos tanto la Eurocopa del 2000 como la de 2004 en las que fueron incapaces de superar la primera fase, aunque entre medias alcanzaron la final del Mundial 2002. Estos fracasos y el mal juego de una selección que pedía a voces un relevo generacional impulsó el cambio de modelo. Alemania debía, en dos años, pasar del fracaso en Portugal a una actuación loable en su Mundial. El cambio se había iniciado unos años antes, con el ridículo en la Euro de Bélgica y Holanda. En ese momento, la Federación Alemana de Fútbol planifico una reestructuración de su concepto de formación y crecimiento basado en los modelos de cantera de las escuelas holandesas, francesas y españolas, obligó a los clubes de fútbol a poseer centros de rendimiento plagados de profesores y entrenadores que contribuyeran a mejorar el fútbol alemán convirtiendo en elementos de valor la técnica y la táctica. Los clubes que no impulsaran estas medidas serían sancionados con la imposibilidad de jugar tanto en Primera como en Segunda División. Esta nueva perpectiva, sumada a la gran inversión económica en infraestructuras y estadios, contribuyó al resurgir económico de una Alemania que atravesaba una situación de colapso de su industria y, por ende, de su economía. Se calcula que, desde el período de 2000 a 2006 el fútbol alemán contribuyó con más de 3.000 millones de euros de inversión a reforzar la economía nacional.
FUENTES CONSULTADASAXEL TORRES “11 viajes de un periodista deportivo” Editorial Contra. 2013TIM HARDFORD “El economista camuflado” Temas de Hoy. 2007.“El fútbol alemán ya no es un Pánzer” El País (26/04/2013)