Cuando digo que la economía jamás ha existido, no me refiero a la economía como “ciencia social que estudia: · La extracción, producción, intercambio, distribución, consumo de bienes y servicios.· La forma o medios de satisfacer las necesidades humanas mediante los recursos disponibles, que siempre son limitados.· Con base en los puntos anteriores, la forma en que individuos y colectividades sobreviven, prosperan y funcionan” (Wikipedia).En realidad, me estoy refiriendo a estos tres puntos definidos por la enciclopedia libre, sin intervenir ninguna institución coercitiva en su libre desarrollo, expresión y manifestación. Debido a que hemos estado condicionados como seres humanos por nuestras creencias políticas y totalmente politizadas (incluyendo al anarquismo como otra teoría política más) desde el inicio de la historia de las civilizaciones, todavía no hemos sido capaces de ir más allá de estas creencias auto-limitantes, para explorar otros territorios de posibilidades desconocidas, que, antes o después, deberemos explorar. Y debido a los extraordinarios acontecimientos a los que estamos asistiendo en el inicio de este increíble siglo XXI, como era del conocimiento que sin duda ya es, creo que tenemos una posibilidad muy factible, aunque no tengo muy claro si realista, viendo el estado todavía demasiado retrógrado y temeroso de la gente, que se ancla a lo “malo conocido” (la política y el poder otorgado a sus instituciones coercitivas tan obsoletas, como cada vez más ineficaces) antes que intentar explorar lo “bueno por conocer” (aún no sabemos el qué, al no salir del estancamiento cómodo establecido en la perpetuación de la política y sus instrumentos institucionales coercitivos), de ver ese cambio radical del hecho que implica convivir en sociedad (con sus respectivos aspectos representados por todo lo que estudia la economía como ciencia social) y de resolver simultáneamente nuestros conflictos colectivos.
Entiendo perfectamente que no estamos tratando un tema de fácil discusión, pues aquí entran en juego muchas manifestaciones diversas que abarcan todas las dimensiones de la humanidad, y mi intención jamás es ofrecer respuestas definitivas, ni mucho menos, sino plantear dudas y establecer preguntas abiertas, que no debemos cerrar mediante la impulsividad de unas respuestas prefabricadas, que hemos aceptado como parte central de nuestros condicionamientos cognitivos heredados, y también de la educación recibida, así como de los conocimientos obtenidos, y probablemente sesgados si aceptamos respuestas a cualquier cuestión humana, pues en el momento que dejamos de preguntar, inevitablemente sólo nos queda caminar la senda de la doctrina, el dogma, y la creencia adoptada como verdad absoluta, irracional e incuestionable. Y ya sabemos, gracias a la reciente historia pasada del siglo XX, adonde conduce esta actitud. Pero a lo mejor me equivoco y no hemos aprendido todavía con la suficiente fuerza, las lecciones históricas que nos aportaron las instituciones coercitivas, en este caso concreto, durante el pasado siglo XX, provocando dos guerras mundiales sin precedentes. Claro que puedo equivocarme, pecando por ser demasiado optimista en este aspecto, pues no podemos tampoco obviar que la misma historia lleva repitiéndose, a través de otras instituciones coercitivas, como lo son las religiones organizadas, y no obstante, hoy en día, seguimos apoyándolas, retroalimentándolas, e incluso agrediendo y matando a los demás por ellas. A lo mejor el camino por recorrer aún es mucho más largo de lo que me imagino, pero no obstante, hoy en día existe una realidad externa objetiva que está cambiando el mundo y remodelando todas nuestras concepciones ideológicas anteriores de habitabilidad planetaria, a marchas forzadas, al mismo tiempo que redefine hasta sus últimas consecuencias, todo aquello que implica el hecho de ser humanos: las nuevas tecnologías, y en especial, las tecnologías emergentes.
Si bien llevo invertido mucho tiempo de mi vida dedicándome a entender la política y la economía; llevo muy poco tiempo dedicándome a conocer y comprender tanto el impacto de las nuevas tecnologías, como el desarrollo de la nueva configuración que, gracias a ellas, tendrá tanto el planeta tierra en las próximas décadas, como el ser humano, reconfigurándose en la transformación de aquello que el proyecto Actitud Consciente cataloga con el neoconcepto de post-humano emergente. Sé que ahora esto que digo todavía puede parecer una absurdidad más cercana a cualquier literatura de ciencia ficción que a la realidad, pero gracias a lo que grandes tecnólogos contemporáneos consideran “crecimiento exponencial de la tecnología”, en unos cuantos años será cada vez más realista, y lo importante de todo esto no reside en la cuestión de discutir sobre creencias ideológicas e idealistas subjetivas, en una tertulia de bar bohemio, sin repercusión posterior, sino en el hecho fáctico de un crecimiento exponencial de la tecnología que literalmente está cambiando todo el escenario del “teatro”, tanto planetario como humano, donde “escenificamos” nuestra vida.
Después de fenómenos políticos como la democracia parlamentaria bipartidista que se ha implantado progresivamente en forma de régimen bien vendido, durante el último medio siglo, en todo el mundo occidental primermundista; hasta llegar a todos los populismos latinoamericanos tercermundistas, con vestigios de un avance segundomundista, y de tendencia “caudillista”, derivando así de los ideales románticos de resistencia anticapitalista, promocionados por el régimen autoritario cubano, que a su vez ha sido renovado y reciclado por esos mismos populismos, con el régimen venezolano chavista a la cabeza, tras un largo estancamiento desde la caída de la URSS, aunque siendo un régimen considerado desde siempre como la dictadura comunista tropical en toda regla, por muchos especialistas (y no sólo del espectro derechista, sino incluso izquierdista); hemos llegado a un punto de verdadero y auténtico estancamiento político, independiente del color presentado por sus duales espectros. Este estancamiento nos habla a las claras de una necesidad de avanzar en otras direcciones que obvien de una vez por todas la auto-limitante creencia basada en perpetuar las instituciones coercitivas del tipo que sean, pero especialmente, las políticas. Cuidado con los fanatismos interpretativos que nos pueden cegar ante lo que digo ahora, desde una visión sesgada por habernos previamente puesto unas “gafas políticas de color partidista, con tendencia dualista”, pues cuando hablo de un régimen político autoritario, la “etiqueta” evidente no va atribuida, ni a priori ni a posteriori, a un espectro político partidario de una ideología concreta, sea de color “rojo” (izquierdista) o de color “azul” (derechista), sino a todos los ámbitos, tanto si son considerados “democracias” o dictaduras, pues todo gobierno y toda política es “dictatorial” (coercitiva y/o coactiva) por definición, en tanto y cuanto intenta tomar decisiones sobre los demás, a favor de ideas anacrónicas e infumables, como el “bien común”, restringiendo las libertades individuales, que deberían prevalecer, así como ser respetadas por completo. Estas restricciones se presentan “legitimando” lo ilegítimo, con actos de robo “legítimo” (impuestos) y uso también “legítimo”, de la fuerza (cuerpos policiales; ejército).
En este caso quiero reflexionar, estudiar y tanto preguntarme como preguntar, sobre el capitalismo y su extensión en el neoliberalismo, desde la perspectiva de un sistema económico y/o socioeconómico, desarrollado a partir de las democracias parlamentarias bipartidistas, inmediatamente después de la segunda posguerra mundial, siendo acusado por las influencias derivadas de la guerra fría entre los dos bloques, de ser el partidario lacayo de teorías económicas como el neoliberalismo, hasta el, a veces, “desquiciante” e irracional punto de vista político promocionado por todas las ideologías identificadas con el espectro izquierdista; llegando incluso a convertirse en un “caballo de Troya” conspiratorio identificado por ese espectro político, que incluso se expande abarcando al también supuesto espectro ideológico contrario (el espectro derechista), pero semejante en esencia, hasta la recalcitrante obsesión conspiratoria ofuscada en definirlo con el término “Nuevo Orden Mundial”, para atribuirle la etiqueta del “malo-villano de la película”.