Into Eternity, Dinamarca 2010

Publicado el 06 julio 2011 por Cineinvisible @cineinvisib

Fascinante. El documental que Stanley Kubrick hubiese adorado. Michael Madsen, que comparte nombre y apellido con el famoso actor de Reservoir Dogs, ha dejado boquiabiertos al conjunto de los espectadores que han tenido la inmensa suerte de ver su último trabajo. Por su estética, con sus recurrentes círculos, sus escenas iluminadas con una cerrilla, como en Barry Lyndon (1975), y la manera de filmar las máquinas, tan cercanas a 2001: Una Odisea del Espacio (1968), este realizador parece ser el hijo adaptivo y aventajado, todo hay que decirlo, de Kubrick.

“Hace mucho tiempo, el hombre aprendió a dominar el fuego. Un día descubrió una nueva llama tan potente que no se podía apagar. Descubrió entonces aterrorizado que esta nueva llama podía, al mismo tiempo, crear y destruir. Buscó ayuda, en vano, y comenzó a excavar un escondite en el fondo de la tierra para que la llama pudiese quemar durante todo la eternidad…”.

Así comienza este espectacular viaje a uno de los proyectos humanos más megalómanos e imprevisibles desde su existencia en la tierra. Los expertos calculan que existen al día de hoy unas 300.000 toneladas de residuos radioactivos, producidas por 760 reactores, destinados a un uso militar, y unos 450, a la energía nuclear civil. Cifra que se incrementa cada minuto en los cuatro puntos cardinales de la tierra. ¿Qué hacer con ellos? Un almacenamiento provisional de residuos necesita estar sumergido en una piscina de agua fría durante unos 50 años, como mínimo, para que su temperatura descienda por debajo de 100 grados.

Finlandia ha decidido crear el primer almacenamiento permanente para estos residuos, Onkalo (que podría traducirse por escondite): excavar a una profundidad de 500 metros un largo corredor de unos 5 kilómetros, para albergar los residuos de este país y cerrarlo definitivamente, para que nadie entre. Duración de las obras: 100 años. Duración de la toxicidad de estos residuos: 100.000 años.

Más que impresionante. En la sala los espectadores se agitan, se percibe una cierta incomodidad, quizás derivada del reciente desastre de Fukushima, pero según va avanzando el documental nadie se mueve. Se escucha el silencio, casi monacal, de la angustia que nos produce lo desconocido en todos los seres humanos.

La inteligencia de Michael Madsen, y su inspirado guión, aleja cualquier discurso reductor sobre un tema tan polémico. No se trata de gritar que hay que buscar alternativas, de criticar la situación actual o de cualquier otro típico eslogan. El realizador se planta ante un problema real y analiza, simple y llanamente, cómo podemos intentar solucionarlo. De ahí la fuerza del documental, que te deja pegado a la butaca por su interés y, también, por la originalidad y belleza de sus imágenes.

Tras una primera parte en que visitamos esta mastodóntica obra, al autor le surge la siguiente pregunta: ¿cómo proteger a alguien de la toxicidad de este lugar dentro de 100.000 años? Las pirámides egipcias existen desde hace sólo 5.000 años y todavía no hemos podido descifrar todos sus secretos, y las creaciones más antiguas de los seres humanos, las pinturas rupestres, datan de unos 30.000 años. Por eso ante una cifra tan espectacular como 100.000 años, los expertos dudan o se callan.

¿Cómo avisar de este peligro? ¿De qué manera impedir que alguien penetre en esta cámara de la muerte? ¿Qué mensaje, lengua o signos podríamos dejar y que sean comprensibles en el futuro? En cualquier caso, no es el mejor regalo que podemos dejar a nuestros descendientes. Suponiendo que dentro de cien siglos todavía quede alguien.