Así rezaba un evocador canto élfico, igual de evocador que este vino, que nos hace imaginar y pensar que si la Borgoña hubiera tenido su rincón en los mapas de la Tierra Media, sus viñedos estarían igualmente al oeste, no muy lejos de Rivendel, o de la Comarca.
Jobard es uno de los grandes nombres de Meursault pese a poseer una pequeña bodega de apenas 30.000 botellas en la parte baja de su casa, como es tradicional en los pequeños Domaines familiares de la Côte d’Or.
Como bien dicen en Coalla, la mejor forma de conocer la calidad de los vinos de un Domaine, no es probar su mejor finca, sino su vino más básico.
En este caso, su Bourgogne Blanc 2006 se presentó a la vista con un amarillo dorado brillante, de verde reflejo, casi oleico. Aromas de frutas blancas, heno, coco, notas de vainilla y un quitaesmalte que no tardó en esfumarse.
Pero no para el deleite de la nariz se hicieron estos vinos, sino para el regocijo de la boca, donde este chardonnay es, sencillamente, majestuoso. Con un perfecto equilibrio entre grasa y acidez, demuestra en su paso una elegancia sublime, élfica. Amplio, firme, con nervio. Muy persistente. Las maderas presentes que otrora pudieran parecer excesivas o molestas, hoy son una comparsa; casi un bálsamo que acompaña a la opulenta procesión.
Un vino ideal para acompañar al pan del camino, a un guiso de conejo o, simplemente, frente a una chimenea durante el frio invierno. Desde luego, vale cada uno de los veintipocos euros que cuesta.
Lamentablemente, su belleza es efímera y, como si de la Estrella de la Tarde se tratase, al día siguiente le llegó su ocaso.
Y la nave se internó en la Alta Mar rumbo al Oeste, hasta que por fin en una noche de lluvia Frodo sintió en el aire una fragancia y oyó cantos que llegaban sobre las aguas; y le pareció que la cortina de lluvia gris se transformaba en plata y cristal, y que el velo se abría y ante él aparecían unas playas blancas, y más allá un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer."