La tolerancia y su defensa se han convertido en un asunto trascendente en la mayoría de las discusiones actuales en diversos ámbitos. No obstante, la defensa de la tolerancia siempre conlleva el riesgo de volverse intolerante.
El rayado de unmuro del Jardín Infantil del Instituto Hebreo con consignas antisemitas, ha generado en los espacios virtuales -como twitter- una serie de respuestas de rechazo (claramente entendibles) con llamados a las autoridades a actuar enérgicamente, incluso para que evite que se inscriba el partido nazi (que supuestamente estaría a 100 firmas para lograrlo).
Pero entonces surge la pregunta, ¿Podemos ser intolerantes para defender la tolerancia?
Como primero respuesta, me atrevo a decir que no. Algunos dirán que Karl Popper planteaba que “si concedemos a la intolerancia el derecho a ser tolerada, destruimos la tolerancia”.Explicaré el por qué eso no es tan cierto.
La defensa de la tolerancia se hace cada vez más manifiesta y necesaria en sociedades abiertas y extensas, donde deben convivir diversos individuos con cosmovisiones y modos de vida variados, e incluso antagónicos. Dicho resguardo implica respetar la libertad de pensamiento, culto y por tanto proteger derechos civiles básicos como la libertad de expresión y reunión de los individuos. Incluso de aquellos, cuyas ideas les hacen considerar –erradamente- que los grupos –generalmente entelequias- a los que pertenecen son más valiosos e importantes que otros, y que consideramos profundamente erradas o nocivas, según nuestro punto de vista.
Así, algunos dirán: como hay ideas -y con ello grupos e individuos- que fomentan el odio, la discriminación o el enfrentamiento y por tanto, y “por el bien de la sociedad” deben ser proscritos.
Pero entonces surge una duda metódica ¿Y quiénes definen cuál es ese bien y por tanto qué grupos o ideas se deben prohibir?
La mayoría nunca se hace esa pregunta, ni siquiera algunos proclamados defensores de la tolerancia. No obstante, cualquiera sea la respuesta, siempre se cae en el riesgo de demonizar a priori a ciertos grupos en base a diversos criterios, a veces profundamente dudosos. La defensa de la tolerancia entonces se vuelve intolerante.
Esta defensa intolerante de la tolerancia es apreciable en distintas discusiones actuales que se llevan a cabo, sin que los propios interlocutores la aprecien, incluso aquellos que enarbolan el discurso de la tolerancia. No es raro entonces que –en defensa de la tolerancia- en algunos países se prohíba y sancione legalmente expresar ciertas opiniones relativas a diversos temas. Esto no fomenta la tolerancia sino que la debilita. La opinión y el pensamiento deben ser absolutamente libres.
Por eso, la proscripción o prohibición de ciertas ideas, símbolos, opiniones o mensajes, en defensa de la tolerancia y basada en la prohibición en base a temores remotos, puede terminar siendo un acto de profunda intolerancia, que conlleva el riesgo de convertirse en una inquisición religiosa o una purga ideológica.
Sólo es legítimo actuar y responder con fuerza, cuando esos individuos -organizados en grupos- arremeten contra la vida o la propiedad de otras personas. Es decir, cuando amenazan o hacen uso la fuerza.
Lo anterior, no significa que la defensa de la tolerancia implique pasividad ante el dogma y el fanatismo de cualquier índole, pero sí, y tal como decía Popper, un pluralismo crítico, que combata en el plano de las ideas, aquellas que fomentan la agresión, que incitan a las personas unas contra otras, que fomentan el racismo o cualquier otra bobada. Siempre teniendo presente nuestra propia falibilidad, ignorancia, y que no existe una verdad última.
La única ética clave de la tolerancia es la de Schopenhauer que Popper parafraseaba: No perjudiques a nadie, sino que ayuda a todos lo mejor que puedas. El axioma de no agresión.