Intrusos

Publicado el 01 marzo 2016 por Charo

                                                       La sopa casi se le atraganta cuando vio la imagen de un retrato robot, facilitado por la policía, ocupando toda la pantalla del televisor. Una de las víctimas había conseguido quitarle el pasamontañas al violador que estaba causando alarma en la ciudad desde hacía varios meses. Cejas pobladas y rectas sobre unos ojos pequeños y oscuros, nariz grande y achatada y boca de labios carnosos en una cara con mandíbula cuadrada. La cabeza coronada por una espesa mata de pelo negro, corto y peinado en punta. Era la misma imagen que el espejo le devolvía a Tomás cada mañana cuando se afeitaba.   La presentadora continuó hablando del perfil que la víctima había facilitado a la policía: complexión fuerte, aproximadamente 1,80 de estatura y la voz demasiado aguda para ser un hombre. Tomás ya no escuchaba porque su cabeza había empezado a darle vueltas como si fuera una hoja en medio de un tornado.   No acabó la sopa. Se acercó a su mesa de trabajo y buscó en internet toda la información sobre las violaciones. En el transcurso de tres meses, el violador había cometido un total de cuatro violaciones y un intento fallido. Actuaba siempre cuando las mujeres entraban en el portal a altas horas de la madrugada, las abordaba cuando se disponían a coger el ascensor, adormeciéndolas con una mezcla de éter etílico y cloroformo que aplicaba a su nariz con un pañuelo. En todas las ocasiones llevaba la cabeza cubierta por un pasamontañas. Su última víctima se encontraba acatarrada por lo que la droga tardó más en hacerle efecto. Esos segundos fueron suficientes para que pudiera quitarle el pasamontañas y ver su cara. Esa fue la información que Tomás logró averiguar consultando todas las fuentes disponibles en internet.    Necesitaba saber más. En el fondo de su mente empezaba a formarse una pequeña nubecilla en forma de duda. Necesitaba acceder a los informes de la policía y averiguar los detalles. Le costaría unas horas romper las medidas de seguridad de su sistema informático. Se sentía capacitado, su gran predisposición y afición a la informática tendrían que servirle de algo. Tardó menos de lo que pensaba en acceder a la información. Consiguió los días y las horas en las que se habían producido todas las violaciones además de las fotografías de las víctimas. No había huellas digitales, ni restos de fluidos, ni ADN...la única pista a seguir era el retrato robot.   Intentó recordar. La medicación que tomaba para su trastorno bipolar le producía episodios de amnesia. Vivía solo. No tenía familia ni amigos con los que relacionarse fuera de las redes sociales. Tampoco tenía pareja, no la necesitaba. La mayor parte del día lo pasaba delante del ordenador como desarrollador de aplicaciones de escritorio. Aunque ganaba algo de dinero, no le bastaba para vivir por lo que tenía que trabajar media jornada, de ocho a doce de la noche, limpiando un pequeño laboratorio de productos químicos.   La fragmentada secuencia de un encuentro sexual le vino en un pequeño destello que no conseguía concretar. No veía la cara de la mujer, solo un cuerpo y su miembro introduciéndose en él. La pequeña nube de la duda se estaba haciendo más grande cada vez. ¿Dónde estaba él los días y las horas en que ocurrieron los hechos? No era capaz de recordarlo. Dormía muy poco y de forma muy descontrolada. A veces se despertaba de madrugada y se iba a correr, otras se ponía a chatear por internet o a jugar a juegos de rol y FPS.   Volvió a sentarse de nuevo al ordenador. Se sentía nervioso y hasta ahora no había parado de dar vueltas por la habitación, intentando recordar. Las imágenes se mezclaban en su mente, inconexas. Veía un ascensor, pero en el caos de su memoria podía ser cualquiera. Comprobó que a las horas de las agresiones no se encontraba conectado al ordenador pero eso no significaba que hubiera violado a nadie. A veces, cuando salía de trabajar se tomaba una copa en algún club solitario donde contrataba los servicios de alguna prostituta.   Una imagen con un pasamontañas negro se introdujo en su mente en ese momento, se asustó. Podía tener fantasías como todo el mundo... ¿o no? No sabía qué pensar. Su maldita enfermedad a veces lo llevaba a episodios maníacos que no conseguía recordar. Se consideraba una buena persona, no quería hacer daño, a pesar de que en alguna ocasión involuntariamente lo había hecho.  ¿Debería ir a la policía y entregarse? ¿Y si había sido él realmente? No soportaría entrar en la cárcel y mucho menos su propia conciencia por haber cometido un acto de ese tipo. Se estaba volviendo loco. Recorría la habitación de un lado a otro con pasos rápidos, tirándose del pelo como si así fuera capaz de recordar qué hizo aquellas noches. Su cara estaba desencajada por el esfuerzo, las gotas de sudor le resbalaban por la frente, el corazón le latía desbocado, se sentaba y volvía a levantarse como si tuviera un muelle.    Otra imagen cogiendo dos productos en la estantería del laboratorio le cruzó por la cabeza como un relámpago. La desesperación le impedía pensar con claridad. Las caras, con los ojos cerrados, de las cuatro mujeres violadas lo atacaron a traición metiéndose en su cabeza. Esa fue la prueba definitiva para él, la angustia que le provocaron estos intrusivos recuerdos posiblemente inducidos por él mismo, le hicieron saltar desde la ventana. Falleció en el acto.
  Una semana después, la policía detuvo al violador del ascensor. Su descripción coincidía en todo con el retrato robot, pero eso Tomás nunca lo sabría.