Inútiles viejos

Por Siempreenmedio @Siempreblog

A mí me educaron en el respeto y la honra a los mayores. Lo digo de entrada para que quede claro que estoy enormemente condicionada por esta máxima que mamé desde que tengo narices. En mi casa mis abuelos (conocí bien a tres de ellos y al cuarto por muchas referencias) eran presencia frecuente. Además de la predilección que habitualmente sentimos los nietos por esos seres que nos consienten y nos entienden, a veces mejor que nuestros padres, escuché muchas veces que a las personas mayores (no voy a usar circunloquios para decir mayores, ancianos, viejos incluso, que es un adjetivo muy usado en Canarias de manera cariñosa) había que considerarlas especialmente porque les debíamos gran parte de lo que somos (por supuesto también hay mucho mal bicho, que la edad no implica necesariamente que sean dechado de virtudes).

De esta forma, y a medida que fui creciendo, me di cuenta de que mis abuelos, que vivieron con enormes dificultades, habían sufrido privaciones de todo tipo y, a pesar de ello, habían seguido luchando para que sus hijos y los hijos de sus hijos tuvieran un futuro menos duro que el suyo. Entendí que batallaron contra el sistema dictatorial establecido para inculcar unos valores que creyeron primordiales y, dentro de sus posibilidades, reivindicaron derechos que en la actualidad nos parecen regalados.

Los abuelos que conocí murieron mayores y en diferentes circunstancias, pero en todos los casos sus hijos estuvieron cerca y, cuando enfermaron, pudieron acudir a un hospital en el que recibieron una atención médica que palió su sufrimiento hasta el final, incluyendo el de mi abuela paterna, que pasó sus últimos días en una residencia por su alto grado de dependencia.

Lo cierto es que 6.000 ancianos han fallecido en residencias de la Comunidad de Madrid desde el 8 de marzo hasta hace unos días por coronavirus. 6.000 personas mayores con un alto grado de dependencia que no tuvieron cabida en los colapsados hospitales madrileños cuando enfermaron, pero que tampoco tuvieron la suerte de salvar la vida porque no se medicalizaron las residencias en las que estaban, a pesar de que hubo quien lo sugirió, al parecer sin ser escuchado. Lo cierto es que las familias de esas 6.000 personas, que han presentado una querella colectiva contra la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, otros miembros de su gobierno y directores de residencias por homicidio imprudente, denegación de auxilio y prevaricación, no pudieron acompañar a sus padres o abuelos, no sabían en qué condiciones estaban muriendo o incluso si estaban vivos y, por supuesto, no observaron ni un ápice de honra ni de respeto a esos viejos, a los que, por otra parte, se estaba descuidando desde hacía ya mucho tiempo, que no nos engañen. Las súplicas de esas familias, que en muchas ocasiones no pedían más que información porque el traslado de sus mayores a un hospital o los medios necesarios para que muriesen con dignidad eran una quimera, no fueron escuchadas. Total, eran pobres viejos inútiles y dependientes.

Podrían haber sido mis abuelos, mis padres o igual los tuyos, pero dudo mucho que los de muchos de los responsables que tomaron estas decisiones a lo largo de los últimos años estén entre los fallecidos.