Se escucha al término de una sesión de la última película de Angelina Jolie en una multisala de cine de provincias, que "vaya sufrimiento" y que "pobre chaval", que "ni La Pasión de Mel Gibson había dolido tanto", que se han pasado... y demás impresiones. Una se coordina con este feedback improvisado y opina, considera que Invencible está hecha con un material que sobrevive y tiene su razón de ser precisamente en lo fácil que se deteriora en contacto con las inclemencias del medio ambiente al que se expone. Invencible es acero cor-ten.
Aún sin saber muy bien si la directora, a la autora del libro y a sus guionistas (los hermanos Coen, entre otros) se han puesto de acuerdo para hacer coincidir el estreno de su película con las siempre emotivas fechas navideñas, o si bajo el velo transparente de aventura-biopic aguarda la historia mística de un mártir de los pecados de la raza humana, lo cierto es que se ve y se siente este argumento como un "manoseo de sentimientos" cargante, que desespera y que no conmueve en absoluto.
A su protagonista le pasa de todo y nada bueno: lo vemos luchar y vencer poco en lo físico pero muchísimo en lo espiritual. Un muchacho deportista, un atleta olímpico que dedica las dos horas largas que dura la película a sobrevivir pese a la oxidación y cuyo único aspecto digno de mención es esa misma degradación, esa descomposición a la que el pobre hombre es sometido. No hay más. No hay lógica ni explicación: los malos son la hostia de malos y él, el mismísimo "redentor" al que sólo le falta caminar sobre las aguas para que le levantemos un altar.
Y qué mal que lo pasa y qué fuerte que es, aunque le zurren de lo lindo: a la mañana siguiente, sólo conserva un rasguño en la cara. Él dura, y dura...
Hay gente a la que le gustan los edificios revestidos de este material anaranjado que va dejando cercos a su alrededor según se pasa el tiempo. Hay esculturas y construcciones a las que les queda bien el acero cor-ten. Hay de todo y para todos.