Los inversores dicen que esto es positivo para esos paises; nada más lejos de la realidad, pues la explotación de tierras extranjeras es una moderna forma de colonización que no contribuye al desarrollo social y económico de aquellos lugares. La mayor parte se la llevan las compañías de explotación y el resto las élites corruptas locales, mientras el pueblo pobre que es desterrado sufre la desposesión, constantes engaños, violaciones de derechos humanos y la destrucción de sus medios de subsistencia.
Es verdad que la inversión extranjera desempeña un papel fundamental en la reducción de la pobreza y en el desarrollo de lugares tradicionalmente marginados, pero esta no es la manera de hacerla. Los pobres cuentan con la tierra como único medio de subsistencia y hay que ser muy malvado para arrebatársela por medio de tratados y acuerdos internacionales. En los dos últimos años se han vendido o arrendado unos 200 millones de hectáreas de tierras (1/3 de Europa). Sabemos que los países desarrollados han agotado sus recursos naturales y quieren volver a tenerlos, pero de la manera más truculenta posible. Culpables son los gobiernos tanto de uno y otro lado, como las compañías que financian estos oscuros negocios y por supuesto los inversores inescrupulosos que lo único que buscan es lucrarse aunque por el camino vayan sembrando más miseria. El acceso a la tierra debería ser una cosa diferente a lo que estamos viviendo.