El reloj tirita de frío en esta hora postrera del otoño mientras da paso silenciosamente al invernal momento; en las aceras de la gran ciudad los pies aceleran su tiempo entre las últimas luces de la tarde mientras el firmamento se estrena en blanquecinos copos de nieve; los perros miran entre suspiros a las últimas hojas que ruedan por los charcos de la primera nevada aún no reposada donde chapotean las aves con sus plumajes de invierno.
La montaña se viste de invierno entre la niebla mientras los montañeros suben buscando el Collado de Marichiva.
Pero yo canto entre los pinares donde la niebla mana hacia la altura mientras el invierno crepita bajo las suelas en la tierra aterida del sendero que sube hacia el Collado de Marichiva esta mañana de diciembre cuando es la hora del último vuelo de la avutarda en busca de refugio bajo la amenaza de nevada. El invierno tiene sueños de flores y de caricias tras las ventanas; el invierno silba canciones de tormenta entre los campos y los arroyos y desea mazapanes calientes a la lumbre de todos los hogares.
Como sombras perdidas entre la niebla del invierno, los montañeros buscan senderos camino de la Pradera de Majalaosa.
Hace frío al rebufo de la Peña Bercial, avanzan los montañeros Senda del Infante adelante entre el tenue ulular del aire y el bramido de la ventisca. Descendemos de las cumbres entre la niebla y los senderos escondidos mientras conversamos con el agua de los arroyos que pasarán más tarde por la pradera de Majalaosa.
Comienza el invierno en estas laderas de la Sierra.
Javier Agra.