Invierno en Berlín

Por Spanierin

Los que me conocéis sabéis que, desde que llegué a estas tierras, me voy a Berlín el primer fin de semana del mes de julio. Eso llevo haciendo ya tres años. Y lo que comenzó siendo un simple viaje de acompañamiento a un torneo de fútbol, se ha convertido para mí en una forma de ver la ciudad poquito a poco y de conocer también un poco más a la gente de por allí. Incluso me encargo de recolectar las fotos y vídeos que hace todo el mundo (ya sea la gente de Salzburgo, los de Berlín, los de Essen, los escoceses o cualquiera que pase por allí) y monto un DVD recopilatorio que luego distribuyo a cada uno para que se rían de los mejores momentos, sobre todo de aquellos en los que creían que yo estaba haciéndoles una foto en lugar de grabarles en vídeo.

Pues aunque que ese DVD y ese fin de semana ya son tradición, este año hemos adelantado un poco la visita y nos hemos ido a Berlín en enero. Pero no para jugar al fútbol unos y para ver la ciudad otros (al menos yo), no, sino para asistir a un partido de fútbol benéfico.

Quería haber centrado este relato en hablar precisamente de eso, de cómo un equipo de segunda división berlinés (del que son aficionados los amigos que tenemos allí) organizó un partido de fútbol contra un equipo de segunda división de Salzburgo (al que apoyan muchos de los amigos que tengo aquí) para donar todo el dinero recaudado al equipo de Salzburgo (que está al borde de la quiebra) y de cómo nuestros amigos berlineses se ofrecieron a distribuirnos en sus casas para poder ir todos juntos al partido y poder vernos y tomar algo juntos, y celebrar simplemente que se producía esa ocasión única. Quería haber hablado también de lo divertido que iba a ser estar en casa de estos amigos y de lo bien que nos trataron a todos. Quería hablar del reencuentro que se produjo entre gente de tantos sitios diferentes y de la gente que vino nueva y que ha decidido apuntarse también a los veranos de Berlín porque les ha gustado lo que ha visto.

Pero no puedo. Ese fin de semana se convirtió, pese a todo pronóstico, en el fin de semana más congelado que he vivido hasta la fecha. Y eso que el año pasado trabajaba a 1.500 metros sobre el nivel del mar. Da igual. En Berlín hace frío, mucho frío, en el mes de enero. Se suponía que iba a llover, sí, y eso está muy bien para el planeta en general y para los vegetales en particular, pero no cuando pasas horas a la intemperie y no para de caer agua sobre ti. Y menos cuando, a pesar de llevar capas y capas y capas y más capas de ropa bajo un abrigo muy gordito, sigues congelada.

Intentamos animar un poco el asunto y desplazarnos yendo a ver la Puerta de Brandemburgo, ya que una de las nuevas acompañantes aún no había ido a Berlín, y sí... estuvo bien... como nos pasó a todos nosotros en su día, le sorprendió que fuera mucho más pequeña en persona que por la tele, pero la visita estuvo bien. Lo único malo fueron las rachas de viento, que por poco me hacen salir volando. Aunque eso me pasa a menudo, no os asustéis.

En fin, una catástrofe. Y, además, el partido lo ganaron los berlineses por cinco goles a cero, tres de ellos marcados en los primeros siete minutos de la primera parte del partido.

¿Cuál es la moraleja de esta historia? Queridos niños, evitad ir a Berlín en el mes de enero, si podéis. Es mucho más bonito y se disfruta más en julio, o en agosto, o en verano en general, aunque la concentración de turistas con palos de selfies supere los niveles permitidos por la organización mundial de la salud. Da igual. Al menos se evita tener que llevar tanta ropa de abrigo que al final acaba mojada y no sirve de gran cosa.

Mi visita a Berlín continuará, como de costumbre, en verano. Supongo.