Me dispongo a visitar la Basílica en el solsticio de invierno, e inicio mi paseo en la estación de Venta de Baños. Me invaden recuerdos de otros tiempos, cuando conocí a esta estación en su época de esplendor, y fui testigo de emocionados encuentros de familias, a la vez que de dolorosas despedidas. Recuerdo el continuo devenir de viajeros, que esperaban el transbordo de trenes y vagones, o que llegara su tren. Había bullicio y colas en las taquillas, también en la sala de espera, siempre llena de gente, al igual que en los andenes, y en los cercanos Bar El Maño, o el Restaurante Sandoval. No llegué a ver las viejas locomotoras de vapor, que impregnaban de humo la estación, al usar las briquetas como combustible, aquellos no tan lejanos años en los que Venta de Baños nació y creció alrededor de esta estación hace algo más de ciento cincuenta años.
Abandono la populosa estación en otros tiempos, y me dirijo a La Venta, antigua posada, hoy en ruinas, origen del pueblo. Da pena ver los escombros de esta antigua y popular posada, no me explico cómo es posible que se haya dejado caer, y se olviden las raíces y orígenes de Venta de Baños. Menos mal que frente la abandonada Venta una vieja locomotora de vapor recuerda el pasado de esplendor del nudo ferroviario más importante de España. Menos mal que se recuperó la Briquetera para lugar de encuentro del pueblo, de exposiciones, teatro y charlas. No tardando se inaugurará aquí el Museo del Ferrocarril, un museo especial para este pueblo, comparable al de Madrid, Cataluña o Ponferrada, que invadirá de nostalgia la actividad ferroviaria, alma de Venta de Baños, que de este modo tendrá el recuerdo permanente de su espléndido pasado.
En mi tránsito hacia la Basílica, camino por la amplia acera, al lado de la carretera que acaba en Baños, y observo como los árboles del paseo soportan su fría desnudez, la acequia de riego está seca, no lleva agua desde que terminó la campaña de riego. Entro en el pueblo y me acerco al Mirador de la Vega, bello balcón que nos muestra la postal de Tariego de Cerrato, y su imponente iglesia que resalta entre viejas casas y bodegas adheridas al cerro, en cuya cima domina el torreón del antiguo telégrafo, y más arriba, en otro cerro, las modernas torretas de telecomunicación que parecen tocar el cielo. En esta atractiva postal veo el río Pisuerga, su ribera de desnudas choperas, sus espectaculares meandros que sortean las laderas cerrateñas, y resalta el brillo de los campos helados. El paisaje cerrateño se muestra peculiar en tres cerros, que la erosión se encaprichó de separar de la ladera, a los pies de la carretera que nos lleva de Tariego a Valle, a la cantera de cemento, y a Hontoria de Cerrato, en cuya vaguada asoma su bella iglesia, escoltada por palomares, bodegas, dos montículos gemelos, y el llamativo y rojizo paraje conocido como Las Derrumbadas.
Abandono el mirador y llego al Mesón del Lagar, que me descubre la amplia plaza, y la iglesia más antigua de España, que campea en soledad en su recinto de piedra. En el coqueto parque observo desnudos sus altos árboles, a la espera de que la primavera confeccione su vestido. Desciendo a la fuente visigoda de Recesvinto, y sus chorros manan más agua de lo normal, debido a las lluvias del otoño, y el cese de los regadíos del cercano Pisuerga.
Me acerco a la Basílica, y me fijo en los árboles coritos que rodean el monumento, mientras los cercanos olivos permanecen con sus hojas intactas. Languidece la tarde y bordeo la pequeña iglesia para disfrutar del edificio en su conjunto, y observo los montes del Chivo, Magaz, Valdeolmillos y Villamediana. Me adentro en la Basílica, a la espera de ver en su interior los últimos rayos de luz, al tiempo que presiento que va a ser la última explicación de la Basílica que me va a dar mi amigo el guía Víctor Andrés, que termina a finales de diciembre su ciclo de dos años enseñando y explicando el monumento. Lo echaré de menos en primavera y en verano, aunque algún día volvamos juntos a esta Basílica que nos hechiza, y disfrutaremos de otros monumentos de nuestra provincia.
Espera el guía a que se vayan las visitas, y cierra la puerta para que pueda ver el monumento con la luz apagada, sabedor de que voy a disfrutar de momentos únicos, asombrosos e impresionantes, al poder ver como los rayos tenues de luz penetran por las celosías repartidas por todo el edificio. Soy testigo de cómo el día se despide de la Basílica poco antes de que lo apague la noche, y reine la oscuridad. Se percibe un silencio sepulcral, que convierte el espacio en mágico, se presienten las fuerzas telúricas, y apetece quedarse allí toda la noche, a pesar de la temperatura del interior del templo, que ronda los cuatro grados, por lo que son necesarios guantes, gorro y abrigo. En el interior del templo no se escucha el viento, no se oye un ruido, hasta que mi inconsciencia me traslada al año 661, y oigo sonar la imperiosa voz del rey Recesvinto que ordena a su séquito que ultime los preparativos para la inauguración del edificio. Escucho después el bello canto de la misa coral hispano mozárabe que se celebra cada año por San Juan, y las aleluyas de los caballeros mozárabes de Toledo. Todo es fantástico, alucinante, maravilloso, hasta las piedras parecen hablar después de tantos siglos sujetando el edificio.
Cuando abre de nuevo Víctor la bella puerta de la Basílica, penetra la luz artificial, que se apaga cuando la vuelve a cerrar. Me causa admiración la enorme llave que introduce en la cerradura, igual que todo el contenido de este impresionante templo, declarado Monumento Nacional en 1897. Mientras me despido del monumento me vuelvo a acordar del poderoso rey Recesvinto, que hizo tan grande a este pequeño pueblo, al elegirlo para edificar esta bella iglesia, que sobrevive altiva al paso del tiempo.
PALENCIA EN MIS RECUERDOS