Ha sido, posiblemente, el compositor más influyente de la historia moderna del cine, y el que más notas musicales ha popularizado, junto al ya único gran maestro vivo de la música de cine, John Williams. Ennio Morricone es, por supuesto, el creador de composiciones fundamentales que no sólo estaban conectadas con las películas, sino que definieron el sonido de todo un género cinematográfico: el spaghetti western. Al margen de los temas más conocidos, hay composiciones en la trilogía de Sergio Leone que definen la épica y la singularidad de estas historias, como ese magnífico "The Trio" de la película El bueno, el feo y el malo (Sergio Leone, 1966), que es una lección de suspense y de música aplicada a las imágenes, que eleva su significado. Cine sin palabras que te deja sin palabras
.De pocos compositores se pueden encontrar tantas escenas de películas en las que la música tenga una relación tan estrecha con las imágenes. No solo en cuanto a la transmisión de emociones, sino en cuanto a la vinculación esencial que tiene la banda sonora. No se puede entender La cosa (John Carpenter, 1982) sin la repetitiva, minimalista y sofocante tonalidad electrónica que le aportó Morricone. No se puede ver La misión (Roland Joffé, 1986) sin la intimidad del oboe que conecta a Gabriel con los indígenas, o sin la épica de los coros religiosos. No se puede entender esta magistral escena de Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984) sin la presencia de la música, que sea hace primero diegética y más tarde extradiegética, subrayando la tensión y la muerte, para desaparecer apagada por el estruendo de las vías.
Ennio Morricone no es solo un compositor de música de cine. Es parte de la historia de Italia. Como Vivaldi, Verdi o Puccini. Sin su música no se puede entender el cine de Bernardo Bertolucci, de Pier Paolo Pasolini, de Gillo Pontecorvo, de Sergio Leone, de Giuliano Montaldo, de Giuseppe Tornatore, pero tampoco algunos títulos imprescindibles de la filmografía de directores como Terrence Malick, Roland Joffé, Roman Polanski, Oliver Stone o Brian DePalma. Tampoco ha tenido nunca ningún pudor en hablar de su decepción en sus colaboraciones con directores como Pedro Almodóvar o Quentin Tarantino, o su remordimiento de no haber colaborado finalmente con Stanley Kubrick en la película La naranja mecánica (1971).
No fue nunca un compositor de Hollywood, y a pesar de ello superó en fama y repercusión a muchos músicos que buscaron el abrazo del cine de las estrellas. Su negativa a salir de Roma, de la ciudad que le vio nacer y le ha visto morir, chocó de lleno con las exigencias de una estructura industrial a la que nunca se adaptó. Ese es también su gran mérito, conquistar la Meca del Cine sin pisarla.
Ennio Morricone se ha marchado "sin molestar", dejando un legado inmenso, esperando encontrarse en el paraíso de su profundo sentimiento religioso a otros grandes genios de la música.
Addio, Maestro.