Los antiguos llamaron a Júpiter el Óptimo Máximo. Estas dos palabras contienen el germen de una revelación y, en tanto que poseedoras de la esencia del Ser Supremo, pueden considerarse expresivas de su naturaleza íntima.
Así, Dios amabilísimo sería el único fundamento de lo amable. Llégase a esta verdad por la siguiente reducción al absurdo. El principio que colma todas las virtudes ha de ser necesariamente lo más grande concebible. Si aquello que es fuente y origen de lo mejor pudiera ser circunscrito por lo peor, el mismo orden universal se transtornaría. Pues aceptado que hay el sumo bien limitación, tanto es esto como decir que no hay tal bien sumo. Y si no hay sumo bien, dase el sumo mal, que predomina sobre aquél y lo domeña.
Quienes han imaginado bien y mal como dos círculos en intersección, rehuyendo la pregunta sobre cuál sea el mayor o continente y cuál el menor o contenido, han supuesto en ambos una autonomía e independencia recíprocas, a semejanza de lo que se predica del área no común de los círculos intersectos. Es éste un subterfugio dualista que, a fuerza de negar a Dios su condición, escinde y duplica al mundo, alienándolo de la suya.
Luego, salvo que atribuyamos a una alucinación el valor probatorio de los razonamientos sanos, concluiremos que si el bien no es absoluto en último extremo, no hay ningún modo de acotar el mal, quedando todo apresado en el caos primigenio o en la nada indiferente.
La fe en Dios ha sido en base a estas premisas la tesis necesaria, aunque incomprensible, derivada de la constatación de la bondad de la creación. Lo bueno, si no lo es sólo en apariencia, conduce a lo infinitamente mejor. E converso, sin la idea viva de lo óptimo nuestra alma no sabe instalarse en regiones templadas y se precipita en la sima de lo pésimo. En ausencia de la noción acuciante de lo máximo todo a nuestro alrededor decae y recula, viéndose el horizonte obligado a replegarse en los estrechos márgenes del yo.
Así, el sumo bien no puede pensarse, pero puede desearse; no puede afirmarse, pero debe suponerse. Nexo entre la realidad y la suprarrealidad, entre la moral y la supramoral, es síntesis y sustento de arquetipos sin los cuales el mundo no acierta a ser igual a sí.