“La ira jamás carece de motivo, pero raramente tiene un buen motivo”. Benjamin Franklin
La cólera o ira es una reacción repentina de tipo violento-agresivo. El acceso de cólera produce trastornos neurovegetativos que pueden manifestarse en forma de sudor, palidez, o por el contrario, enrojecimiento del rostro, temblores, gestos desproporcionados con gritos y violencias, sentimientos apasionados de odio que disminuyen momentáneamente el raciocinio. Por lo general, la persona iracunda sufre una contracción del rostro, acompañada de una mímica que manifiesta estupor y rabia a la vez. Cuando habla aumenta el tono de la voz, esta conducta emocional -más comúnmente- va acompañada de una tendencia exagerada a la gesticulación.
La agresividad propia de la cólera puede ir dirigida contra la causa de la contrariedad y suele terminar cuando se genera una respuesta violenta ante el estímulo que la provocó. Pero puede también, y con frecuencia, hallar otro objeto (cosa o persona) desviando su atención hacia él a fin de no enfrentarse con la causa verdadera. Es conocido el hecho de la persona, pusilánime en su entorno social, que descarga su cólera al llegar a casa.
La cólera, la ira, la indignación y el comportamiento agresivo son reacciones de lucha fundamentales e instintivas cuando nos amenaza algún peligro. El psicólogo Raymond W. Novaco distingue entre cuatro clases esenciales de provocación que pueden desencadenar nuestra indignación:
· Frustraciones: una mala nota, un plantón.
· Sucesos irritantes: una llave perdida, el ruido en el jardín de los vecinos.
· Provocaciones verbales y no verbales: la sarcástica observación del jefe, el automóvil que nos adelanta por la derecha en la autopista.
· La falta de corrección y la injusticia: una crítica fuera de lugar, el aumento de los impuestos desproporcionado desde el punto de vista social.
La ira está muy relacionada con los fracasos, frustraciones y conflictos del hombre. Ahora bien, hay que tener en cuenta que no existen personas que alguna vez no hayan tenido un fracaso. Muy por el contrario, éstos son necesarios en el proceso de aprendizaje del hombre.
Hay quienes opinan que la ira, al igual que otras emociones, es innata y congénita, pero estudios más recientes apuntan hacia el hecho de que lo único innato y congénito es la respuesta de los individuos ante las situaciones desagradables que, a través de procesos de maduración y de aprendizaje, se van haciendo diferentes en cada persona.
La ira es un código
Pocas veces se presenta la ira en primer término, y sin causa.
Con frecuencia los seres humanos transformamos en ira nuestros sentimientos primarios de preocupación, culpa, decepción, rechazo, injusticia, choque, incertidumbre o confusión.
La ira puede llegar después del TEMOR (por ejemplo, de que un hijo se lastime).
La ira también puede llegar desde la FRUSTRACIÓN (intentamos infructuosamente llevar adelante una tarea, porque un obstáculo se nos interpone en forma permanente).
Si nos sentirnos CELOSOS -y por lo tanto AMENZADOS- podemos disfrazar nuestras reacciones primarias con sarcasmo, y -por ejemplo- sentir el impulso de agredir verbalmente a nuestro cónyuge.
Incluso la FATIGA puede transformarse instantáneamente en hostilidad. También la OFUSCACIÓN puede desatar la ira, y la HUMILLACIÓN transformarse en furia.
El saber que la ira generalmente cubre una emoción anterior nos ayuda a manejarla con más eficiencia. El verla como un código la hace menos amenazante. Cuando uno desconoce este hecho, es proclive a responder en forma directa, echando leña al fuego con la negación, la represión o la manifestación crónica y sin límites.
No es necesario comentar demasiado los efectos nocivos de esta emoción, que nos perjudica tanto en nuestra vida familiar, académica, social y laboral.
La cólera perjudica el sosiego de la vida y la salud del cuerpo, ofusca el juicio y ciega la razón’. Filósofo Denis Diderot.
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