La obra fue editada en 2003, dos años más tarde del éxito atronador de Persépolis, conservando el mismo estilo que su predecesora en cuanto al dibujo en blanco y negro, escueto aunque claramente evolucionado y más que libre (cambio significativo respecto a la rigidez de Persépolis). En sus páginas no encontramos una historia como tal, de principio a fin. Esta vez la autora intenta ir más allá haciendo un guiño a la literatura que comienza y no acaba en ese tomo. Hallamos un fresco en torno a la costumbre enervada al ritual de tomar el té en la cultura iraní y, simplemente, el arte de conversar. Bordados desde el primer encuentro con el lector deja claro la polisemia con la que juega el término que da título a la obra. Satrapi no nos habla de las labores a punto, el vocablo habla de otro tipo de “bordados”.
Cuando decía que Bordados juega a ser, en parte, la continuación de Persépolis no me refiero en absoluto a los hechos históricos de raíz geopolítica que marcan esa obra. Satrapi en Bordados encuentra una posición más cómoda a la hora de narrar y saca a relucir la presumible facilidad de las iraníes como grandes conversadoras. Tras compartir mesa hombres y mujeres, los primeros se van a reposar mientras las segundas buscan en el diálogo entre ellas el refugio para salir de la monotonía. Eminentemente, es una novela con una marcada tendencia feminista que destapa las concepciones previas sobre la mujer en el mundo árabe. Aquí no encontramos al Irán incómodo y represivo -está ahí latente- ya que sacarlo a la palestra no es el objetivo de este cómic.
Bordados no cosechó ningún premio pese a estar nominada en Angoûleme. Para los seguidores de la historietista no superó de ningún modo su primera creación. Hubiera sido difícil. Aunque este cómic cuenta con pellizcos de diálogos exquisitos, desternillantes y con pocos pelos en la lengua. En este espontáneo intercambio de frases caben todo tipo de historias alocadas y diversas entre las que podemos destacar la reconstrucción del himen, las operaciones estéticas o el matrimonio por conveniencia. La iraní vuelve a recurrir a su admirada abuela y a su madre para colocarnos ante todos y cada uno de los peldaños de una escalera, el honor, donde se sube al igual que se baja. Eso sí, lejos del dramatismo con que se podría haber tomado esta historia la grafista vuelve con el humor, un arma ya ensayada y premeditada, con la que conquistó a su público en Persépolis. Un cómic imprescindible para seguir a esta autora con el que está asegurado un buen rato de humor ácido pese a que su paginación sea casi efímera para sus seguidores.
María José Gata