Pero mi relación amistosa con el Irán histórico y con sus gentes viene de antiguo. Para ser exactos, de hace cincuenta y ocho años. En 1956, mis padres, que vivían en Madrid en el barrio de Delicias, se mudaron al de Prosperidad, en el distrito de Chamartín. Y lógicamente, a mis diez años de edad, me fui con ellos y con mis hermanos. En el barrio de El Viso, muy cerca de la casa de mis padres
, en un chalecito semioculto entre grandes árboles, creo recordar que en la calle Jerez, estaba la Embajada Imperial del Irán. En horas libres de tareas escolares mis amigos y yo solíamos acercarnos a las embajadas acreditadas en Madrid para pedir libros, mapas, cuentos y documentación varia alegando un próximo viaje familiar a dicho país o la necesidad de hacer un trabajo escolar que nos habían encomendado. Las razones eran falsas pero nosotros, en nuestra inocencia, deberíamos resultar convincentes porque nos colmaban de atenciones... ¡y de libros!..., especialmente en la representación diplomática del Imperio iraní.Repetimos visita varias veces, y de aquellas visitas nació en mí un sentimiento de cariño por el pueblo, la cultura y la historia de Irán que llego a cautivarme. Tanto, que unos años más tarde, llegado el momento de tener que dar una disertación en francés, como un ejercicio más de los que teníamos que hacer en la Escuela Central de Idiomas de Madrid en la que estudiaba por las tardes la dulce lengua de Francia, recité de memoria un cuento que me habían regalado en una de aquellas visitas a la embajada iraní. Se titulaba, ¡nunca podré olvidarme!
"Mernahz, la Cendrillon iranienne" (Mernahz, la Cenicienta iraní). Y que como todos los cuentos que se precien comenzaba así: "Il était une fois une petite fille appelée Merhnaz..." (Érase una vez una niñita llamada Merhnaz...). Me lo aprendí en los ratos libres que me permitían los partidos de beísbol que jugábamos, a la espera de mi turno de bateo, sobre la ahora intransitable M-30...La injusta y desgraciada suerte de Rayhaneh Jabbari y mi desapego nunca disimulado por el régimen teocrático irani, no es óbice para recordar con nostalgia una relación con el Irán eterno que vista desde los ojos del niño que fui una vez se me antoja entrañable. Un Irán eterno que mejor que nadie supo reflejar el gran trágico griego Esquilo, allá por el años 472 a.C. en su inmortal obra
"Los persas", una de las más memorables muestras literarias de la grandeza del pueblo ateniense para con sus adversarios, que me permito dejarles como obsequio en la seguridad de que disfrutarán de su lectura.Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos.
HArendtEntrada núm. 2197elblogdeharendt@gmail.com"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)