Revista Cultura y Ocio

Ireneo Funes, Borges y el latín: "nada sin las mismas palabras"

Publicado el 08 junio 2012 por Franciscogarciajurado
Regreso a una de esas cuestiones inagotables que llenan de gozo mi vida intelectual, la relación del latín con la literatura moderna. Ya he contado en ocasiones previas qué interesante es el cuento “Funes el Memorioso”, de Jorge Luis Borges, y cómo aparece en él la antigua erudición de Plinio el Viejo convertida en relato fantástico. Ahora quisiera centrarme en un texto latino que Borges tiene el cuidado de citar en el cuento. POR FRANCISCO GARCÍA JURADOAntes de nada, no quiero dejar de pasar esta ocasión sin recomendar la lectura de un trabajo que me ha parecido excelente: Victor Gustavo Zonaca, “Memoria del mundo clásico en «Funes el Memorioso»“, Revista de Literaturas Modernas 36, 2006, pp. 207-233. Disponible en la dirección electrónica http://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/1212/zonanarlm36.pdf consultada el 13 de mayo de 2012. Es un trabajo escrito desde el saber hacer, con honestidad e inteligencia. Hoy sólo quería hacer notar que hay en un momento determinado Borges deja que leamos una frase latina de Plinio dentro de su cuento:
“En el decente rancho, la madre de Funes me recibió.
Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del vigesimocuarto capítulo del libro séptimo de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdem verbis redderetur auditum.”
Borges pone un exquisito cuidado en hacer saber al lector el lugar exacto donde se encuentra el texto original, del que nos deja leer una frase. Pero la frase latina en cuestión contiene una pequeña trampa. Cuando en español decimos que “nada que hayamos oído no puede repetirse con las mismas palabras” no tenemos clara conciencia de si queremos decir que nada puede repetirse con las mismas palabras o bien queremos decir lo contrario. La doble negación, en español, puede continuar siendo una negación (“no te digo nada” es, en efecto, “decir nada”). Pero el latín se muestra, en este sentido, como una lengua más acorde con la lógica, y una doble negación implica afirmar. De esta forma, la frase ut nihil non iisdem verbis redderetur auditum quiere decir que “todo lo que había oído lo repetía con las mismas palabras”. A Borges, que probablemente supo de este texto desde muy joven, debió de gustarle esta peculiar frase que afirma negando doblemente, y a ella vuelve a referirse un poco más tarde, para aplicársela a sí mismo ante las palabras que ha escuchado de la boca de Funes:
“No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.”
Borges regresa a la frase latina, pero el sentido es ahora bien distinto, pues el narrador es incapaz de repetir todas las palabras tal como las ha proferido Funes. En realidad, si tradujéramos la primera frase de este último párrafo citado, deberíamos decir: nihil iisdem suis verbis reddam auditum. Aquí faltaría ahora ese adverbio non que vuelve la frase tan especial. No creemos que el texto latino sea casual en este cuento, ni por la lógica de la propia doble negación ni por el contenido que encierra. Alguien que pudiera repetir todas las palabras que ha oído, al igual que recordar todas las hojas del árbol que acaba de ver, incurriría en el defecto de no olvidar prudentemente aquello que es prescindible. FRANCISCO GARCÍA JURADO

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