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Ireneo Funes versus Leonard Shelby, o No me acuerdo de olvidarte

Publicado el 06 abril 2010 por Flenning

La búsqueda del paraíso conceptual que se propuso al comparar el camino de Juan Preciado con el de Teresa Mendoza, no solo define la dirección del movimiento a favor o en contra de los recuerdos, sino que define la relación de cada uno de ellos con la historia. Me refiero a que no solo hay una relación de espacio, sino de tiempo.

En el caso de Teresa, al alejarse de su pasado, olvida su historia y aparecen alter egos con un yo fracturado, como si el hecho de olvidar lo que uno fue implicara la necesidad de recrearse. En varios pasajes de la novela, Teresa reclama los servicios y las capacidades de las otras Teresas que fueron quedando en el camino. En el caso de Juan, decíamos, pasaba lo contrario. Juan decide ir hacia el pasado, hacia lo que fue, y entonces su historia se convierte en una súper historia, su memoria se amplia, en el sentido nietzscheano.

Quizás sea posible encontrar estos mismos patrones de personalidades fragmentadas y caóticas en aquellos distritos donde hay batallas entre la memoria y el olvido, o donde la historia se fractura al ir de las consecuencias a las causas.

Leonard Shelby, por ejemplo, el protagonista de Memento, es un personaje que sufre de amnesia anterógrada, la cual se origina en un accidente en el que pierde la vida su mujer. Como consecuencia de ese accidente, decía, Leonard queda amnésico y viudo.

La enfermedad de Leonard le impide generar recuerdos nuevos y lo deja atrapado en una paradoja temporal, que comienza en el instante en el que un desconocido viola y mata a su mujer, y acaba quince minutos después, cuando el espacio libre de su memoria se agota y olvida los nuevos sucesos posteriores al incidente.

Dentro del paraíso conceptual, y ahora fractal, en el que vive Leonard, reinan en un balance imperfecto el Amor por su mujer y el Deseo de vengar su muerte. Si alguno de estos dos reyes pierde su poder, la vida de Leonard pierde sentido y se derrumba.

Leonard sólo es capaz de recordar que amaba a su mujer y, paradójicamente, es incapaz de olvidar no recordarla.


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Memento
«... Vives un sueño, chico. Una mujer muerta por quien suspirar. Un objetivo para tu vida. Una búsqueda romántica que nunca acabarías aunque yo no estuviera implicado [...]»
«... Mi mujer merece venganza, no cambia nada que yo no lo sepa. Solo que yo no recuerde ciertas cosas, no quita sentido a mis actos. El mundo no desaparece cuando cierras los ojos[...]»

El laberinto por el que transita Leonard tiene un único para qué. Recorrerlo completamente de un extremo a otro, solo le lleva quince minutos, y una vez que llega al final de su camino, Leonard olvida sus decisiones y vuelve a empezar, porque no recuerda haberlo recorrido. Se recrea a sí mismo en infinitas cortas vidas, se recrea fractalmente, caminando el mismo camino y yendo de las consecuencias hacia las causas, de la Pérdida al Amor, y de la Venganza a la Pérdida.

Así como Teresa reclama las capacidades y habilidades de las Teresas que fueron antes, Leonard es incapaz de recordar quién fue, de modo que les escribe notas y tatuajes a los Leonards del futuro. Su historia va hacia atrás. Sus mensajes solo comunican hechos, no subjetividades; sin embargo, cada nuevo Leonard debe interpretar los hechos comunicados, y la lógica implicada en los espacios fractales es una lógica difusa, donde los hechos son ciertos con probabilidad incierta.

El camino del olvido que transitan Teresa y Leonard supone un yo fragmentado que vive infinitas vidas breves o la misma vida repetida. Un yo que no aprende y se repite. ¿Cómo puedo cicatrizar, si no siento el paso del tiempo?

Ireneo Funes y Juan Preciado, en cambio, eligen transitar por el camino de la memoria, van de la historia a la superhistoria y aun cuando aparentemente en ese camino no exista el riesgo de la fractura del yo, existe el peligro de que el exceso de historia hiera la vida, llenándola de una nitidez inabarcable, intolerablemente precisa. Percibir la nitidez y el rigor del avance de la muerte es como convertir la memoria en un “vertedero de basura”.

La incapacidad de olvidar de Ireneo Funes también fue la consecuencia de un golpe que sufrió al caer de un caballo redomón; desde entonces, quedó atrapado en un universo de Cantor cuyo rey es Aleph, y cuya extensión es infinitas veces infinito.

Funes es capaz de recordar los infinitos detalles que rodean un segundo, y enumerar esos detalles le lleva infinitos segundos. Su vida es una sola, pero infinita.

Desde el punto de vista de Nietzsche, el tratamiento de la historia que se da en Ireneo Funes también tiene una violación de la cantidad de información. En Funes, todo es Superhistoria. Para Funes, conocer más de lo que se necesita produce cierta infelicidad, aunque le deje en el rostro un gesto de desagradable suficiencia.

No estoy muy de acuerdo con el autor de Funes, el Memorioso, cuando afirma que “Funes es incapaz de pensar, pues para pensar es necesario olvidar diferencias”; no obstante, si se toma como cierta la hipótesis del autor, tanto Ireneo Funes como Leonard Shelby son incapaces de cicatrizar: uno, porque no registra el paso del tiempo, y el otro porque sólo registra el paso del tiempo. Funes debe recordar tantos detalles, que toda su capacidad cerebral está dedicada al registro.


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Funes, el memorioso
«... Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero [...]»
«... En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez [...]»

En cualquier caso, en ambos, Nietzsche tiene razón, y la vida debe ser un balance justo entre olvido y recuerdo, entre ausencia de historia y súper historia. No está mal querer olvidar lo doloroso, pero mejor que olvidar es intentar atravesar el dolor, aunque duela.

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