A los 20 años se pasaba ya mucho tiempo en frente del espejo, acicalándose el pelo, que lucía en todo momento impecable. Siempre que tenía ocasión se pavoneaba con caros vestidos nuevos, importados desde las firmas más importantes de Praga o París. Le encantaba lucir botas de equitación, siempre en perfecto estado, para proyectar un aire de poder.
La vida del ángel de Auschwitz terminó en el cadalso: fue ahorcada el 13 de diciembre de 1945, a la joven edad de 22 años. Muy pocas lágrimas se derramaron ese día.
La meteórica carrerera de la joven Irma Greese fue espectacular: llegó a convertirse en la 2.ª mujer de mayor cargo en el campo de Auschwitz-Birkenau, después de María Mandel, la bestia de Auschwitz. La temible Irma Grese no tuvo tampoco reparos en desplegar su sadismo en los infames campos de Bergen y de Ravensbrück. Se la llego a describir como la peor mujer de todos los campos del horror. Se decía que no existía crueldad alguna acontecida en ellos que no guardase vinculación con ella.
Tenía la costumbre de participar en las selecciones de prisioneros para ser gaseados, previa tortura de los desdichados. A Irma le encantaba también arrojar a los perros azuzados contra prisioneros indefensos. Muchas más atrocidades pueden encontrarse en las actas de los célebres juicios de Belsen.
Irma Grese en el banquillo de los acusados durante los juicios de Belsen. Fuente y autoría: Desconocido [dominio público], vía Wikimedia Commons.
Con total probabilidad a esta alma perversa (ajena por completo a los padecimientos del prójimo, con tendencias marcadamente sádicas) le encantaría conocer que ha sido fuente de inspiración para determinadas corrientes bondage. La imagen que ha permanecido en el imaginario colectivo es la de una chica joven de gran belleza que se hacía ver por los campos de concentración con su temible uniforme y su tocado perfecto, con sus botas en perfecto estado, aderezadas por una terrible fusta y por su pistola. A modo de anécdota, cabe destacar que fueron pocas las guardianas nazis que tenían autorización para portar armas de fuego.
Junto a Irma iban siempre canes enfurecidos a los que tenía famélicos para que resultará muy sencillo azuzarlos y lanzarlos contra las desdichadas reclusas. El ángel de Auschwitz se decantaba por las reclusas más bellas, que lucían todavía una silueta atractiva. Entre los testimonios que se pudieron escuchar tras el fin de la Segunda Guerra Mundial destacó el de una ginecóloga judía presa que declaró que a Irma Grese le encantaba golpear con su lático los pechos de las chicas más dotadas y jóvenes, con el fin de que se infectasen las heridas resultantes. Posteriormente, esta ginecóloga judía era forzada a amputar todo el seno (¡sin anestesia alguna!). Afirmó también que Irma Grese obtenía de esta manera un placer sexual perverso. Otros relatos afirman que disfrutaba de aventuras bisexuales y que, una vez consumados sus contactos forzados con reclusas, las mandaba directamente a los hornos crematorios.
Retrato de Irma Grese en agosto de 1945, mientras aguardaba su juicio. Aquí la belleza de Grese no era ciertamente muy evidente. Fuente y autoría: Imperial War Museum [dominio público], vía Wikimedia Commons.
¿Pero cuáles fueron los orígenes de tan siniestra figura del nazismo más abyecto? Su relato biográfico es el de una pequeña con problemas en el hogar, hija de un lechero opositor a los nacionalsocialistas, con indiferencia hacia los estudios (abandonaría la escuela ya a los 15 años de edad). Cautivada por la Bund Deutscher Mädel (Liga de muchachas alemanas), muestra muy pronto una adhesión incondicional a la causa nazi. Su padre, de tendencias antinazis, al verla regresar al hogar, la expulsa y ella no duda en denunciarle. Con apenas 18 años de edad, una rebelde Irma Grese se presenta voluntaria para trabajar en el terrible campo de Ravensbrück, toda una academia de formación para el personal femenino de las SS (de dicha formación salieron verdaderas piezas como María Mandel o Ilse Koch, la zorra de Buchenwald). En ausencia de otras aptitudes, Irma Grese se entrega por completo y va subiendo escalones en su carrera criminal. Contando solamente con 20 años logra convertirse en supervisora de la fábrica de la muerte de Auschwitz-Birkenau. Y nadie cree que lo hiciera por dinero: la retribución era de tan solo 54 marcos mensuales, cifra que no era para nada exagerada en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando a mediados de abril de 1945 las tropas británicas liberan el infame campo de Bergen-Belsen, se toparon sorprendidos con el personal nazi del campo esperándolos, luciendo unos uniformes impolutos. Entre dicho personal se encontraba la joven Irma, imponente con sus botas de equitación, su tocado perfecto y sus aires de grandeza.
En el transcurso de su proceso judicial, mostró una actitud desafiante y de indiferencia: parecía aburrirse mientras iban retumbando con fuerza los angustiosos relatos de sus víctimas. Su inherente frialdad quedó bien patente de nuevo cuando se tuvo que enfrentar a la horca. Las últimas palabras que se registraron del Ángel de Auschwitz, dirigidas a su verdugo, fueron “¡Rápido!” (“Schnell!” en alemán). Terminaba así la vida de uno de los rostros angelicales más temidos de la Segunda Guerra Mundial.