Su inconfundible avión, un Airbus 727 bautizado como Ed Force One, surca los cielos en busca de una nueva pista de aterrizaje en la que posarse y regurgitar el imponente equipo de música. Su camaleónica mascota Eddie adorna las camisetas de millares de fieles metaleros, los mismos que no dudan en colgar el cartel de “no hay billetes” cada vez que sus héroes ponen un pie en tierra firme. Sus nombres ya han encabezado los créditos de una película —Flight 666— y, a la espera de nuevo material, sus discos continúan vendiéndose en todo el mundo ajenos a cualquier tipo de crisis. Por estos y otros motivos Iron Maiden es considerada una de las bandas más influyentes del Heavy Metal. Pero aviso a navegantes, no se trata de ninguna moda pasajera, sino de unos viejos rockeros que llevan agitando sus melenas desde la década de los setenta y sin fecha de caducidad conocida, tal y como apuntó hace tiempo su actual vocalista en la revista Metal Hammer: “esta banda no tiene jodidos límites. Si hay un fan metalero en la Luna llegaremos hasta él”.
Concretamente el origen de la historia lo encontramos a finales de 1975 en Leytonstone, una zona del este de Londres que había visto nacer a Alfred Hitchcock 76 años atrás. Y aunque en estos momentos la pereza me impide confirmaros si el parto del cineasta británico fue sencillo, lo cierto es que el de sus vecinos fue más bien lo contrario, fórceps incluidos.
De esta manera, y con un par de caras nuevas entre sus filas, las de Clive Burr (batería) y Dennis Stratton (guitarra) —Sampson abandonó la formación— lanzaron en 1979 su primer single, Running Free, y un año después, el primer álbum. Iron Maiden siguió la estela de Black Sabbath y Uriah Heep para escalar posiciones a una velocidad vertiginosa en las listas de Reino Unido, con temas ásperos, sombríos y rotundos como el citado Running Free, Prowler o Phantom of the Opera, y con el rostro del monstruoso Eddie en la carátula.
En 1990 Adrian Smith dejó la banda poco antes de la publicación de No Prayer for the Dying, y él se lo perdió puesto que el álbum pasó a la historia por albergar la primera canción del grupo en coronar los ránquines de ventas, Bring Your Daughter… to the Slaughter. Pero el cuento tomó otra dirección cuando, después de publicar Fear of the Dark en el 92 —otro éxito en mayúsculas—, Dickinson se despidió de sus compañeros para centrarse por completo en su carrera en solitario. Pues bien, aquella “dirección” fue en picado y sin paracaídas, situación que superó al nuevo comandante y voz de la banda, Blaze Bailey (ex Wolfsbane), quien asistió como testigo de excepción a la caída del aparato con The X Factor en 1995, y a la combustión de los restos con Virtual XI en 1998. Sin embargo, y pese a la aparatosidad del accidente, no hubo que lamentar víctimas… salvo Bailey, quien salió de la cabina como había entrado, es decir, sin hacer ruido.
¿Qué les deparará el futuro? Sólo podemos aguardar con impaciencia la llegada del momento en que La Bestia surque los cielos por enésima vez y deje tras de sí su legendaria estela de Heavy Metal.
- Fuentes consultadas:
http://www.rollingstone.com/artists/ironmaiden/biography
INGHAM, Chris, Metal Hammer, nº 249