Autor: Francesc Marí
Portada: Juan A. Campos
Publicado en: Marzo 2017
Después de reencontrarse a sí mismo como Iron Man, Tony decide regresar a su ático de Nueva York para celebrar una fiesta por todo lo alto y, así, de una manera u otra, volver poco a poco a la normalidad que la guerra le arrebató. Sin embargo, la fiesta se verá interrumpida por unos invitados muy poco deseados.
De noche, la ciudad de Nueva York, como cualquier gran ciudad del mundo, tiene algo de mágico. Puede ser que las luces que brillan en la oscuridad nos recuerden al firmamento nocturno y nos parezca que vivimos en el cielo, o puede que sea por saber que hay miles de personas que hacen que esa ciudad nunca duerma. Sin embargo, la mente científica de Tony Stark no sufría estas ensoñaciones. En ese momento, si estaba en la terraza de su ático, no era para escribir un soneto sobre la noche neoyorquina, sino para poder respirar el aire fresco que ofrecían las alturas de su moderno apartamento, distanciándose un poco del jaleo que había en su interior. Ahí, gracias a las ventanas insonorizadas, lo único que se escuchaba era el viento soplando en tus oídos con un suave e hipnótico silbido.
Tras un largo rato observando hacia las abarrotadas calles de Manhattan, Tony se dio la vuelta y miró al interior de su casa, apoyando los codos en la barandilla. Todavía no había dado ni un sorbo al vaso de whiskey que sostenía con estilo en su mano derecha, había algo en aquella noche que lo distraía de su papel de perfecto anfitrión.
No sabía exactamente a cuantas personas había invitado, pero, por lo que parecía desde el exterior, a suficientes como para echar abajo el edificio. Sin embargo, muchos —por no decir todos— eran los que eran completamente extraños. Habían pasado muchos meses desde la muerte de Happy, pero Tony seguía sintiéndose solo, incluso culpable por seguir vivo. No es que ahora tuviera intenciones suicidas, por favor, era Tony Stark, no podía haber nadie que se quisiera tanto como él, pero la muerte de Happy y las palabras que había dicho su asesino eran como una terrible carga de la que no podía deshacerse. «Con la muerte de Pepper Potts empezará el agonizante final de Tony Stark», se repitió para sus adentros. ¿Quién podía desearle una muerte «agonizante»? Vale, como superhéroe y hombre de negocios era más que probable que tuviera enemigos, pero ninguno de ellos podía llegar a tal extremo. Solo recordaba a uno, pero había muerto hacía tantos años que era imposible que fuera él…
—Señor Stark. —La voz de J.A.R.V.I.S. le hizo volver a la realidad, como siempre—. La señorita Reid acaba de llegar.
—¡Ah, por fin! —exclamó Tony alegremente bebiéndose de un trago la bebida que había sostenido hasta ahora—. Hora de volver a la fiesta.
Por toda su casa resonaba la música lenta pero rítmica de Bob Dylan, en concreto la canción que sonaba era Things Have Changed, y no de un disco recopilatorio, el propio Dylan estaba tocando con su orquestra desde uno de los rincones del salón del ático de Tony. El cantante había accedido a tocar unas pocas canciones después de que él hubiera insistido tanto que, en ese momento, Tony creía que Dylan le había hecho ese favor para quitárselo de encima.
—People are crazy and times are strange, I’m locked tight, I’m out of range, I used to care, but things have changed… —El cantante estaba casi recitando el estribillo de la canción cuando saludo a Tony por encima del público, haciendo que este enloqueciera al ver la complicidad entre los dos famosos.
«Cuanta razón tienes, Bob, la gente está loca», pensó Tony mientras sonreía y daba la mano a todos aquellos que le saludaban.
Mientras la canción siguió avanzando, Tony no pudo evitar andar por su apartamento al pegadizo ritmo de la música de Dylan, hasta que, de repente, apareció ella.
Uno de los pocos motivos por los que Tony había decidido organizar aquella fiesta era poder hablar con Gwyneth Reid de todo y de nada, poder entablar una conversación amena e intranscendente. Sin embargo, Tony había tenido sus dudas a que la ingeniera apareciera en la fiesta, pero se equivocaba, ahí estaba. Podía ser que no fuera alta, pero su perfil y su silueta, que parecían cincelados por las manos de los mejores escultores del renacimiento italiano, acababan de hacer acto de presencia rodeados por un reluciente y llamativamente discreto vestido negro.
Tony no pudo más que detenerse perplejo y con los ojos abiertos de par en par. La ardiente sensualidad que desprendía aquella mujer de frío apellido era desbordante. A medida que se acercaba a él, contorneaba la cadera al ritmo de las notas de Dylan, haciendo que la falda de su vestido bailara al son de la música. Cuando Gwyneth Reid estuvo a su lado, esperando que el millonario soltara algún comentario punzante, Tony se había quedado sin palabras, así que, ni corta ni perezosa, fue ella la que inició la conversación:
—¿Es Bob Dylan de verdad el que está tocando? —preguntó como si hablara del tiempo.
Tony, que intentaba recuperarse de la parálisis que aquella belleza mediterránea le había imbuido, simplemente asintió con la cabeza.
—¿Me invitas a algo o estás tan ocupado que no puede atenderme, señor Stark? —preguntó con malicia Gwyneth.
Al escucharlo, Tony volvió en sí del todo y la invitó a seguirlo al bar, en el que un ágil barman sacudía una coctelera para contentar al último de sus clientes.
—Tony, por fin te veo —le saludó el cliente.
El anfitrión se fijó en su invitado, y vio que se trataba de Robert Downey Jr.
—Me encantó la última de tus películas —soltó Tony con una brillante sonrisa.
—¿Cómo no iba a gustarte? Te interpretaba a ti —repuso Downey con tono socarrón antes de levantar el cóctel que el camarero le había servido y desaparecer entre la multitud de invitados.
Cuando Gwyneth y Tony se quedaron solos frente al barman, Tony volvió a actuar como el playboy que había sido siempre:
—La señorita tomará…
—Un whiskey solo, sin hielo —añadió la chica.
—¿Un whiskey, en serio?
Ella asintió.
—¡Guau! Vas en serio —dijo Tony antes de dirigirse al barman y añadir—: Otro para mí.
Cuando el barman se retiró para preparar las copas, que no tardarían en estar listas, Tony se alejó un poco de Gwyneth y la miró de arriba abajo:
—¿Negro? —preguntó sin más volviendo a acercarse.
—Bueno, es la primera fiesta de Iron Man a la que asisto, no quería llamar la atención —respondió ella.
Tony sonrió con aire victorioso:
—Querida señorita Reid, creo que eso será imposible —añadió justo cuando el camarero les sirvió los dos vasos de whiskey.
—¿Por qué? —preguntó ella empezando a ruborizarse.
Tony no dijo nada, simplemente señaló con la cabeza hacia la gente que les rodeaba. Todos los presentes estaban contemplando atentamente quién era la nueva conquista de Tony Stark.
Gwyneth se puso tan colorada como la armadura más roja de Iron Man y, entre susurros, le dijo a Tony:
—¿Podemos pasar un poco desapercibidos?
Él soltó una carcajada:
—Claro, acompáñame —añadió ofreciéndole el brazo, mientras que todos los invitados los seguían con la mirada.
—Señor Stane, todo está listo para el ataque. El furtivo está a punto de ser disparado.
—Excelente, destruyamos a Tony Stark.
Comprendiendo que aquella era la orden para iniciar el ataque, el operador de radio que estaba al lado de Zeke Stane habló por el aparato que tenía entre manos. Su voz codificada voló por las ondas que flotaban en el aire, hasta el pinganillo que reposaba en el interior del oído del hombre que hacía una hora que estaba tumbado en el techo del edificio que había frente a la Torre Stark.
—Fuego, Bravo Uno, Fuego —fue cuanto dijo.
El francotirador respiró hondo, sostuvo el aire para evitar el movimiento y, sin pensárselo dos veces, apretó el gatillo.
El proyectil atravesó el silenciador y se clavó en una de las paredes del edificio, traspasándola inmediatamente gracias a un líquido corrosivo e incrustándose en el grueso cableado que había en su interior.
—Blanco —comunicó el francotirador a través de su radio.
Cuando Stane escuchó las palabras, no pudo evitar sonreír y pensar: «Adiós, Tony».
Al estar en su casa, Tony conocía los rincones perfectos para esconderse de la multitud, uno era la terraza, el otro, su despacho, justo debajo del garaje de las armaduras.
—Bueno, bueno, bueno —exclamó ella antes de soltar un silbido—. ¿Esta es la «bat-cueva» de Iron Man?
—No, exactamente, la «iron-cueva» está justo encima… Esto es como el sótano —aclaró Tony dando un sorbo a su vaso mientras sonreía.
Gwyneth no respondió, solo asintió comprendiendo mientras se paseaba por una sala repleta de papeles, dibujos, esquemas y pequeñas piezas mecánicas y electrónicas. Tony sabía que Gwyneth era capaz de comprender la información condensada en aquellos papeles, sin embargo, sentía que la cabeza de la chica no estaba para esos asuntos.
De pronto, Gwyneth se detuvo y muy lentamente dio un sorbo a su vaso, moviendo los labios de la forma más sensual que Tony había visto.
—¿Solo me enseñarás este polvoriento despacho? ¿Dónde duerme el gran héroe? —preguntó sin pudor.
—Bueno, eh… Esto… —Jamás un mujer había desconcertado tanto a Tony como lo estaba haciendo Gwyneth, pero, a pesar de la irrefrenable atracción que sentían el uno por el otro, un poderoso temblor los interrumpió.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó la chica, como si fuera alguna broma de Tony.
—Siento decirte que no lo sé —respondió Tony sorprendido.
No es que en Nueva York sea imposible que haya un terremoto, pero es improbable que estos terremotos se originen en los áticos de los edificios y no el subsuelo.
—J.A.R.V.I.S., ¿qué ha sido eso? —preguntó Tony.
Pero J.A.R.V.I.S. no respondió.
«Que extraño», pensó Tony.
—Vamos —le dijo a Gwyneth mientras la acompañaba fuera de la zona privada de la casa—. Estaremos más seguros en… El temblor se repitió, pero está vez con mayor fuerza.
—¡Rápido! —exclamó Tony empujando a su invitada.
Los dos cruzaron las puertas que llevaban al salón, dónde la música había cesado, y todos los invitados estaban paralizados de terror.
—¿Qu-Qué sucede aquí? —preguntó Gwyneth.
—J.A.R.V.I.S., ¿qué es esta broma?—preguntó en tono inquisitivo Tony mientras se abría paso entre sus invitados dirigiéndose hacia la ventana.
Sin embargo, el silencio de su asistente y el hecho de que cada vez eran más las armaduras que se acumulaban en el exterior, hizo que Tony frenara.
—¡TONY STARK DEBE MORIR! —dijo una extraña voz que resonó por todo el ático, pero antes de que Tony pudiera reaccionar, las armaduras empezaron a disparar sobre ellos, haciendo que los cristales estallaran en mil pedazos.
Los gritos y exclamaciones de terror poblaron el silencio que se había mantenido hasta entonces.
Alarmado, Tony se dirigió a sus invitados, intentando hacerse escuchar por encima de los disparos:
—¡Deprisa, salid por la salida de emergencia! ¡Rápido, rápido! —exclamó haciendo señales hacia la puerta que daba a las escaleras que descendían del ático de la Torre Stark.
—¡TONY STARK DEBE MORIR! —repitió la voz, y, de inmediato, los disparos se centraron sobre él, que, sin dudarlo, empezó a buscar una cobertura.
Mientras corría, vio como Gwyneth permanecía paralizada frente al bar.
—¡Maldita sea! —exclamó Tony cambiando de dirección hacia ella.
Tan rápido como pudo, pasó por su lado obligándola a saltar por encima de la barra, a la vez que gritaba:
—¡Escóndete ahí, Gwyneth! Y, por lo que más quieras, no salgas.
Al saltar por encima de la barra, la chica ahogó un chillido y se acurrucó como pudo mientras las botellas y copas de licor estallaban sobre ella. Por su parte, Tony no tenía dónde esconderse, literalmente estaba corriendo en círculos por el comedor de su ático, sin embargo, como cada vez había más armaduras atacándole, el espacio entre los disparos era cada vez más reducido.
—¡Mierda! —se lamentó sintiendo como sus piernas no aguantarían mucho más.
Algo en su interior le estaba diciendo que todo estaba a punto de terminar. Estaba en peligro y no había nadie para ayudarle. Respiró hondo, intentando recuperar fuelle mientras se ocultaba tras una esquina del comedor. Aquello era irremediable, todo estaba a punto de terminar, sin Happy, sin Pepper, sin ninguno de sus compañeros superhéroes.
Pero no, en lugar de sentir el ardiente poder de uno de sus trajes, oyó una terrible explosión acompañada de un sonido metálico que se esparcía por el suelo. Sin saber que había ocurrido, Tony asomó lentamente la nariz desde detrás de la pared y vio lo que menos se esperaba… ¡Máquina de Guerra!
—¡Rhodey! —exclamó Tony.
—¿Me echabas de menos? —dijo la voz de su amigo a través de la máscara de su armadura.
Continuará…
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