Autor: Francesc Marí
Portada: Carlos Ríos
Publicado en: Mayo 2017
Tony y Rhodey deciden seguir la única pista de la que disponen para averiguar quién se esconde tras el ataque al ático del millonario, que los llevará a un almacén en uno de los muelles del Hudson. Sin embargo alguien de su pasado los espera en ese lugar. ¡Llega Iron Monger!
Cuando Tony llegó a la zona que les había indicado J.A.R.V.I.S., Rhodes ya lo esperaba apoyado en la armadura de Máquina de Guerra:
—Ya era hora —le dijo señalándose el reloj de su muñeca.
Tony mostró una falsa sonrisa mientras aparcaba su McLaren P1, uno de los muchos deportivos de lujo que tenía en el garaje de la Torre Stark, frente a su amigo.
—Muy gracioso —dijo con ironía—. Sí, sí, el más gracioso de todos.
—Por lo que ha dicho J.A.R.V.I.S., los rastros de tierra y polen deben provenir de aquí —explicó Tony mirando el solitario muelle, en el que solo se alzaba la nave de un almacén aparentemente olvidado—. ¿El almacén? —preguntó.
—El almacén —afirmó Rhodey empezando a andar, pero, antes de alejarse demasiado, se dirigió a su armadura y añadió—: Modo vigía.
Al oír las palabras de su piloto, la armadura de Máquina de Guerra emprendió el vuelo y, sin alejarse demasiado, empezó a sobrevolar la zona mientras que, a través de sus sensores, escaneaba cualquier posible amenaza que se pudiera cernir sobre ellos.
Aunque tal vez no era tan avanzada como las últimas armaduras de Tony, Máquina de Guerra era el único traje que podía cubrirles las espaldas, ahora que el peculiar armario ropero de Tony había sido destruido por completo. Por ese motivo, tampoco disponían de la ayuda de J.A.R.V.I.S., al menos de una forma tan presente como se había acostumbrado Tony en los últimos años, en los que solo le era necesario decir el nombre de su asistente electrónico, que la voz de este se personificaba —si ese era el término adecuado— allí dónde estuviera.
—¿Tenemos apoyo de J.A.R.V.I.S.? —preguntó Rhodes mientras se acercaban a la desvencijada construcción.
—Podemos llamarlo —explicó Tony alzando su teléfono móvil.
—Pues menuda ayuda —protestó Rhodes.
—Bueno, si no te hubieras cargado todas mis armaduras ahora tendríamos más apoyo —le reprochó Tony.
—Iban a matarte y…
—Pero eran mis armaduras —lo interrumpió Stark—. Ahora solo me queda un enorme amasijo de piezas inservibles.
Rhodey lo miró de reojo:
—¿Por qué tienes tantas armaduras? —le preguntó a su amigo.
—Es un hobby.
—¿Un hobby?
—Sí, un hobby —respondió con rapidez Tony un tanto molesto por la insistencia—, hay quién colección monedas, yo colecciono armaduras.
—Un hobby un tanto excéntrico, ¿no?
—Bueno, es lo que tiene ser multimillonario.
Rhodes prefirió no seguir con la conversación. En esas ocasiones, conociendo como él conocía a Tony, sabía que tenía las de perder, sobre todo por que Stark tenía la irrefrenable necesidad de tener siempre la razón.
El almacén que tenían justo delante era lo suficientemente grande como para clasificarlo de enorme, y lo suficientemente destartalado como llamarlo viejo, muy viejo.
—Parece que aquí no ha habido nadie desde hace mucho tiempo —afirmó Tony mirando a su alrededor mientras se quitaba las gafas de sol.
—Como diría J.A.R.V.I.S., lamento disentir —respondió Rhodes.
—¿Por?
Sin responder, Rhodey señaló las roderas de un vehículo que habían apartado el polvo acumulado durante décadas.
—¿Eso? —Tony le dedicó una mirada de sorpresa a su amigo—. ¿Nunca has necesitado un poco de intimidad con una chica?
—A veces me sorprende lo romántico que eres, Tony.
Siguieron avanzando viendo como aquella descomunal estructura de vigas de acero y paredes de madera vieja y, en algunos lugares, de ladrillos despegados se alzaba sobre ellos.
—Debemos tener cuidado —advirtió Rhodes.
Tony hizo como si no lo escuchara.
—Vamos al interior —ordenó el militar.
—Detrás de ti —respondió Tony haciendo el gesto de un mayordomo estirado invitando a entrar a un invitado al despacho de su señor.
Sin darle más vueltas, Rhodes entró al almacén a la vez que desenfundaba una pistola de color negro.
—¿Tienes una para mí? —preguntó Tony con cierto entusiasmo.
—¿Tienes permiso de armas?
—Fui comerciante de armas, ¿Cómo no voy a tener…?
Rhodes se detuvo y se encaró con él:
—¿Tienes?
—No —admitió Tony bajando la cabeza como un perro cuando ha hecho una travesura.
—Pues tienes suerte que te deje montar en tus armaduras —sentenció Rhodes y añadió—. Vamos, apresurémonos y más vale que miremos dónde ponemos los pies… Máquina de Guerra no es lo suficientemente grande para los dos.
Dejando de hacer tonterías, Tony siguió a su compañero mientras investigaban en el interior del almacén. Desde la puerta por la que accedieron se desplazaron hasta aproximadamente el centro del lugar, mientras no dejaban de mirar a su alrededor.
Sin articular palabra, Rhodes le indicó a Tony que se separaran y examinaran zonas distintas del lugar.
Mientras Rhodes seguía investigando su parte con cierta profesionalidad, por defecto profesional, Tony empezó a pasearse cual comprador distraído cuando no encuentra lo que busca.
Por todas partes había cajas y cubos de madera apilados de cualquier forma cubiertos con telas bastas de algodón. Parecía que más que en un almacén, estuvieran en un museo dedicado al comercio de principios del siglo XX.
A medida que andaban, Tony iba mirando en el interior de las cajas y los cubos sin saber exactamente lo que esperaban encontrar, levantando grandes nubes de polvo al mover las telas. En mitad de todo aquel embrollo de trastos viejos, tirada por el suelo, había una lata de refresco descolorida.
—Hombre, algo un poco más moderno —dijo Tony alegremente.
—¿Qué? —La voz de Rhodes resonó por el alto techo desde el otro extremo del almacén.
—¡Nada, nada. Hablaba solo! —gritó Tony a la vez que le daba una patada a la lata.
El objeto, que había perdido todo el lustro de cuando en su interior había bebida, salió volando por el aire hasta que impactó, con un peculiar sonido metálico, sobre un bulto cubierto por la misma tela blanca amarillenta que el resto de cosas.
Intrigado por saber que había debajo, Tony se acercó y destapó parte del bulto. En un principio no parecía nada excepcional, visto desde su perspectiva parecían viejas piezas de un barco militar o un submarino.
Tony lanzó un soplido de decepción, por un segundo esperaba encontrarse algo más emocionante que eso…
—Perfecto —afirmó Stane desde su sala de control—, han mordido el anzuelo. —Dio unos cuantos pasos entre las sillas de sus técnicos y añadió—: Encended la Iron Monger.
—Señor, sabe que el sistema de control no está listo del todo.
—Lo sé.
—Conseguirá que destruyan la armadura de su padre.
—Un pequeño sacrificio para un bien mayor —sentenció Stane.
El técnico pulsó unos cuantos botones y las cámaras instaladas en Iron Monger empezaron a dar señal. Si se miraban las pantallas de la sala de contro, era como estar en el interior de la armadura de su padre.
—Excelente —dijo Stane satisfecho. Entonces se acercó a la mesa del técnico y ordenó—: Dadme los controles, soy el único digno sucesor de mi padre. Además, si alguien tiene derecho en acabar con el «gran» Tony Stark, ese soy yo.
De repente, unos sonidos mecánicos empezaron a sonar bajo el resto del bulto, a la vez que este empezaba a moverse lentamente.
—Rhodes —dijo Tony sin apenas articular sonido.
Su amigo no lo escuchó, pero lo que fuera que había allí empezó a moverse cada vez más y a crecer, como si se estuviera levantando.
—Rhodes —repitió Tony con un poco más de fuerza.
—¿Quieres algo o sigues hablando solo? —preguntó con sarcasmo Rhodey.
Tony iba a replicar, pero lo que vio frente a él lo dejó sin palabras. Al alzarse la tela que cubría el misterioso objeto se deslizó sobre su superficie dejando a la vista lo que se había despertado.
Sin pensárselo dos veces, Tony empezó a correr hacia su amigo, a la vez que exclamaba:
—¡Rhodes! ¡Creo que necesitamos a Máquina de Guerra!
El militar giró sobre sus talones y vio el motivo de alarma de su amigo. Tras él, como si se hubiera levantado de la tumba, corría la enorme y gris armadura de Iron Monger.
Al verlo, Rhodey se quedó paralizado.
—¿Pe-Pero no lo habías destruido?
—¡Eso creía! —respondió Tony entre jadeos—. Pero parece que me equivocaba.
Entonces, la misma voz que habían escuchado en las armaduras rebeldes de Tony, salió de la cavernosa estructura de Iron Monger:
—¡TONY STARK DEBE MORIR!
—¡Joder, que manía tienen las armaduras en que muera! —protestó Tony sin dejar de correr.
Sin embargo, Rhodes opinaba algo distinto:
—¡Genial! —exclamó.
—¿Cómo qué «genial»? ¡Qué quiere matarme!
—Por eso, distráelo, ahora vuelvo con Máquina de Guerra.
Tony observó con desesperación como Rhodes abandonaba el almacén y desaparecía en el exterior.
«¿Y qué hago para distraer a un villano de varias toneladas?», se preguntó. «Ni que fuera perro».
Pero Iron Monger no dio tiempo para pensar, simplemente empezó a disparar con una de sus ametralladoras sobre él, haciéndolo correr como nunca lo había hecho, a toda velocidad y haciendo eses para complicarle la vida a quién fuera que estaba dentro de aquella armadura.
Mientras empezaba sentir que sus piernas no resistirían demasiado, las dos últimas ráfagas de disparos pasaron muy cerca de su flanco derecho. El gigante metálico se detuvo, permitiendo a Tony dar un buen respiro escondiéndose tras una columna de acero.
«¡Mierda! ¿Dónde estará Rhodey?», pensó Stark. En menos de un día habían sido dos las ocasiones que tenía que esconderse por no poder recurrir a una de sus armaduras para defenderse. ¿Qué podía hacer un simple humano frente a una máquina como esa?
Tony sacó la nariz desde detrás de la columna esperando ver algo que le dijera porqué Iron Monger había detenido su ataque. No se escuchaba nada, pero al poner en riesgo su sexy perfil se oyó el sonido de un disparo. De un solo y único disparo, seguido de un resonar metálico.
«¿Sólo una bala y le da a la columna? Veo que sigue con el sistema de apuntado roto, como yo se lo dejé», pensó Tony un tanto sorprendido.
Pero en seguida cambió de opinión, sobre todo cuando empezó a escuchar un pitido intermitente que se iba intensificando.
—¡Oh, no! —exclamó antes de pegar un saltó hacia delante para alejarse de la columna.
A sus espaldas, impulsándolo unos cuantos metros más que su salto, una explosión destrozó la columna en la que se escondía.
Tony dio un par de tumbos en el suelo antes de chocar con un grupo de cajas.
—¡Tony Stark debe morir! —repitió Iron Monger.
—¡Ya te he oído! —protestó Tony mientras gateaba para esconderse.
—Yo también. —La voz del coronel James Rhodes se amplificó a través de la armadura de Máquina de Guerra, que acababa de aparecer en el almacén.
—¡Ya era hora! —exclamó Tony entre gruñidos provocados por su cuerpo adolorido—. Un poco más y me hace papilla.
Una vez que Iron Monger hubo agotado los misiles, Rhodes cesó de volar y se puso frente a él:
—Mi turno —dijo en tono socarrón desde el interior de Máquina de Guerra, a la vez que descargaba sobre él gran parte de su artillería.
Las ametralladores de sus manos expulsaba balas, al igual que la Gatling de su hombro. Pero, si bien se iban abollando y raspando, la armadura de Iron Monger no parecía sufrir mayores daños.
—¡Tony Stark debe morir! —exclamó de nuevo Iron Monger.
—Y así todo el rato —añadió Tony desde detrás de su cuestionable cobertura.
Al darse cuenta que su amigo millonario seguía ahí, Rhodes exclamó:
—¡Tony, deberías salir de aquí! —le recomendó mientras dejaba de disparar las inútiles balas sobre Iron Monger.
Tony ni dijo nada ni tampoco se movió, solo vio como una de las manos de Iron Monger salía despedida y agarraba una de las piernas de Máquina de Guerra. A pesar de la potencia de los propulsores de sus botas, Rhodes no podía liberarse, por lo que optó por ir directo al grano. Activó los láseres que tenía sobre sus guantes apuntando a los pies de Iron Monger, haciendo que el metal de estos se fundiera lo suficiente para que le impidiera andar.
—¡Sal de aquí, Tony! —repitió Rhodey.
—¿Y perderme el espectáculo?
—¡Sal! —gruñó Rhodes desde el interior de Máquina de Guerra, mientras volaba alrededor de Iron Monger, lanzándole pequeñas granadas que se fueron adhiriendo al metal de la armadura.
Sin poner en duda la recomendación de su amigo, cojeando, Tony salió del almacén y se alejó cuanto pudo, mientras que Rhodes permanecía en el interior. Tony tenía poco en qué ayudar, simplemente se acercó a su coche y se apoyó en él, pero antes de que pudiera relajarse, una descomunal explosión estalló en el almacén, haciéndolo volar por los aires.
—¡Rhodes! —exclamó Tony echándose hacia delante, temiendo por la vida de su amigo, pero no tenía por qué hacerlo.
Instantes después de la explosión, mientras el fuego se expandía por el muelle, de entre las llamas apareció volando Máquina de Guerra. Y no salió solo, en sus brazos cargaba la parte superior de lo que quedaba de Iron Monger, en definitiva, la cabeza y parte del pecho.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Tony habló:
—Quién sea el que estuviera ahí dentro poco debe quedar de él —comentó.
—Siento decepcionarte —respondió Rhodes tras soltar los restos de Iron Monger a los pies de Tony a la vez que abría la máscara de Máquina de Guerra—. No había nadie.
Sin acabárselo de creer, Tony se acercó a verlo, en el interior de Iron Monger no había más que un amasijo de cables conectados a los de la armadura, claramente para controlarla.
—La estaban pilotando a distancia —afirmó Rhodes—, ¿pero quién?
Tony permaneció en silencio observando detalladamente los cables y los ensamblajes, se parecían sospechosamente al furtivo que había abierto una brecha en el sistema de la Torre Stark.
«No, no puede ser», pensó para sus adentros Tony. «Yo mismo acabé con él… Vi como moría… Entonces, solo existe una posibilidad…»
—¿Tony? —preguntó Rhodes al ver a que su amigo estaba distraído con sus propios pensamientos—. Dime en qué piensas, sé que algo bulle en esa cabeza que tienes.
Tony le dedicó una mirada realmente alarmada.
—Stane —fue cuanto dijo.
—¿Stane? ¿Obadiah Stane? No puede ser.
Tony no respondió.
—Tony, ¿qué te guardas? Sé que me escondes algo —insistió Rhodey.
—Obadiah no. Él está muerto… Su hijo —reveló Tony.
Continuará…
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