Desde Humahuaca arranca un autobús que durante dos horas recorre un paisaje árido vigilado por enormes montañas de bonitos colores, dos horas de camino en las que no se ve ningún pueblo ni construcción hecha por el hombre, dos horas de curvas y baches para al final del viaje llegar a Iruya. Según vamos bajando del autobús los vecinos de la población nos ofrecen sus casas como alojamiento, una alternativa más barata y que repercute más sobre el lugar que visitas.
Una parte de Iruya, encerrada entre montañas. Foto: Sara Gordón
Iruya se encuentra en el extremo noroeste de la provincia de Salta aislado entre cadenas montañosas por el rio Milmahuasi. En un principio el lugar nació como pueblo de tránsito donde descansaban los que transportaban mercaderías de la región de los valles de la Puna pero fue creciendo hasta conformar el pueblo que ahora es. Una gran razón del encanto originario que esconde Iruya es que hasta mediados del siglo XX permaneció aislado en sus 2.713 m.s.n.m.
Los paisajes que rodean Iruya son increíbles, con montañas de colores imposibles y una altura sobrecogedora. Foto: Sara Gordón
En Iruya puedes hacer muchas cosas; una caminata hasta San Isidro, pasear por sus calles, sentarte en la plaza a conversar con los viajeros o lugareños y algo muy recomendable es visitar el centro cultural AWAWA en el que se suele hace un cine-debate a las 20.00 de la tarde. El centro es un espacio que se desarrolló con la idea de crear un lugar en el que hablar sobre la cultura Colla, la originaria de los habitantes de esta zona y difundirla.
Un día de niebla en Iruya, la luz convertía las calles en un paisaje mágico. Foto: Sara Gordón
Los Colla son un pueblo de habla quechua que vive en estas tierras desde antes de los Incas y aunque fueron conquistados por éstos su cultura pervive hasta nuestros días. Es un pueblo acostumbrado a vivir en las alturas y cultivan terrazas enormes que hoy en día se han perdido pero nos enseñan fotos de lugares donde se aprecian restos de estos cultivos ancestrales. Además viven en comunidad, organizándose a través de asambleas. Su cosmovisión se basa en un profundo respeto y conocimiento de la naturaleza y su vida en el trabajo de la tierra para autoabastecerse y en el trueque.
Paseando por los alrededores de Iruya. Foto: Sara Gordón
La música es una parte muy importante de su cultura, actúa como liberación y manera de ocio para las personas pero también tiene un componente mágico que inunda su día a día. El cuerno de cabrito se hace sonar en noviembre, diciembre, enero y febrero para llamar a la lluvia. Cuando termina la época de lluvias preparan la tierra para la cosecha y llaman al viento con la quena. Todo ello se acompaña con una caja que marca un ritmo que parece fundirse con el entorno de Iruya. Aquí escuché por primera vez el canto con caja, coplas, bagualas, vidalas o Vidalitas andinas que es un canto típico de muchos pueblos andinos en el que la voz se quiebra, se paga y se queja para resurgir nuevamente con una vitalidad inesperada. A quien le apetezca saber más sobre el canto con caja les recomiendo un documental que descubrí hace poco y está muy bien: El origen de las especies: canto con caja. Pertenece a un programa argentino sobre tradiciones y en este capítulo hablan sobre las bagualas. Y agrego un vídeo que siempre me emociona, es el comienzo de la película “La teta asustada” (le falta la caja pero la tonadilla de la voz en las bagualas es esa).
A finales del siglo XVIII los ingenios azucareros fueron a asentarse por la zona, entre otros el ingenio de San Isidro, en el que muchos de los ahora habitantes de Iruya todavía trabajaron. Estos ingenios se dedicaban a la plantación de la caña de azúcar. Los patrones se adueñaron de las tierras de los Collas y éstos para poder pagar el alquiler de sus terrazas y autoabastecerse como siempre habían hecho se vieron obligados a trabajar varios meses en la zafra (recolección de la caña de azúcar) en condiciones infrahumanas, con jornadas extenuantes y viviendo en lugares insalubres. Los meses de trabajo en la zafra impedían que pudieran atender a sus cosechas por lo que poco a poco fueron abandonándolas cambiando totalmente su estilo de vida y dependiendo del trabajo asalariado en los ingenios. Llegado este momento de dependencia comenzó la mecanización de las fábricas y la mayoría se vio sin trabajo ni tierras que cosechar. La gente fue volviendo a sus comunidades y organizándose de cero. Ahora muchas poblaciones han conseguido los títulos de sus tierras aunque la lucha sigue para muchas otras.
Iruya desde el mirador que hay a las afueras. Foto: Sara Gordón
En Iruya se respira la cultura ancestral de los Collas que sigue transmitiéndose oralmente con proyectos tan bonitos como el de AWAWA. Un lugar mágico en el que parar en tu camino, reposar varios días, disfrutar de paisajes inigualables y tal vez con suerte divisar algún cóndor (yo lo hice), conocer mucha gente amable y sobre todo aprender sobre la historia y el pueblo Colla.
Un rayo de luz entre las montañas. Foto: Sara Gordón