Isabel II, Espartero y los heroicos garbanzos guardaespaldas

Por Ireneu @ireneuc

Tenemos la impresión que la historia la escriben los grandes hechos, las grandes hazañas o los grandes nombres. No obstante, hay veces que algo tan pequeño como un garbanzo puede hacer que la historia sufra un giro de 180 grados en su errático devenir. Tal fue el caso en que estas pequeñas legumbres impidieron un golpe de Estado.

Corría octubre de 1841 y España estaba inmersa en una convulsa situación política y social fruto de las luchas internas entre las tendencias absolutistas y liberales que conllevaba numerosos alzamientos y revoluciones de todos los signos posibles. María Cristina había abdicado de la Regencia, abandonando el país debido a las presiones de los progresistas, y el general Baldomero Espartero había tomado la jefatura del Estado en espera de que la infanta Isabel adquiriera la mayoría de edad y fuera nombrada Reina de España ( ver El rey de España llamado Paquita ).

Los liberales, que habían elevado a Espartero al poder en búsqueda de una democratización de la vida política, se encontraron traicionados por las tendencias dictatoriales del general regente, por lo que se rebelaron contra él. En medio de esta sedición, un par de batallones del regimiento de infantería de la Princesa, se dirigieron el 7 de octubre de 1841 al Palacio Real de Madrid con la intención de secuestrar a la princesa Isabel -que por aquel entonces tenía 11 años- y su hermana, y propiciar el retorno de María Cristina a la Regencia.

Sobre las 8 de la noche llegaron los rebeldes al Palacio Real, y cuando llegaron a las escaleras de acceso a los pisos superiores, fueron repelidos por el fuego de los 17 alabarderos que, comandados por el coronel Domingo Dulce, se encargaban aquella noche de la vigilancia de las princesas, las cuales se encontraban en plena clase de canto en aquellos precisos instantes. Las hostilidades se prolongaron durante buena parte de la noche debido a la estructura de la escalera, la cual la hacía fácilmente defendible.

El general Diego de León, popular héroe de las guerras carlistas, se propuso doblegar el tenaz proceder de los alabarderos ya que si bien eran muy superiores en número a los defensores, el tiempo corría en su contra, y decidió ordenar el alto el fuego y subir con sus hombres pacíficamente por aquellas suntuosas escaleras de mármol a tomar a las princesas. El general confió en su oratoria y apelando al patriotismo de los defensores para poder conseguir sus objetivos se dirigió hacia arriba.

El coronel Dulce, ante un alto el fuego que no pretendía romper (los historiadores dicen que ambos bandos no tiraban a matar, a pesar de lo cual hubo una baja), ordenó recoger todos los sacos de garbanzos que hubiera en la cocina y que fueran esparcidos escaleras abajo. Dicho y hecho.

Los asaltantes, debido a la suela lisa de sus lustradas botas, al intentar subir por las escaleras, resbalaban de mala forma al pisar las legumbres. Ello impidió que los sublevados pudieran acceder por la escalinata, ya fuera por las buenas o por las malas, y así, sin romper el alto el fuego, Dulce ganó un tiempo vital que evitó que las princesas fueran raptadas.

En vista de la imposibilidad de culminar su acción antes del amanecer, y de que los refuerzos fieles a Espartero se acercaban al Palacio Real, los cabecillas tuvieron que huir sin su "botín" pero fueron apresados poco después y juzgados en consejo de guerra. El general Diego de León, a pesar de su popularidad y la solicitud de clemencia de la misma Isabel -cabe recordar que no quería atentar contra ellas, sino conseguir que su madre volviera-, fue condenado a muerte por el propio Espartero, lo que le hizo caer en desgracia ante la población española. Los Alabarderos que defendieron a la futura reina Isabel II, por su parte, fueron condecorados por su heroica acción.

Las crónicas no dicen si hubo alguna condecoración para los "heroicos" garbanzos, pero fueron una pieza clave para el fracaso del alzamiento. Tampoco sirvió de mucho, debido a que los tumultos, abdicaciones, golpes de estado y revoluciones fueron moneda de cambio habitual durante todo el siglo XIX ( ver La insólita estafa oficial de los falsos duros sevillanos ) pero, al menos, dejar constancia de que todo el mundo forma parte de la historia, hasta los humildes garbanzos.