Reina en los debates televisivos con majestuoso desdén
hacia las opiniones previstas en su argumentario genovés.
Entronizada en su soberana intransigencia, la emprende
a mandobles contra el progreso esgrimiendo fetos por argumento.
Bajo su cetro impera la derecha montaraz, coronada de
nacional-catolicismo rampante.
Su arrogancia dialéctica es heredera de su ilustrada desfachatez.
Falsea con soltura, embrolla con desparpajo y pontifica con abolengo.
Señora de la controversia aspira a gran dama de la tergiversación,
cantándole las cuarenta al lucero del alba.
Y sin embargo, tiene pelos en la lengua.