La antigua Real Isla de la Higuerita, fundada por levantinos y catalanes atraídos por los ricos caladeros de su litoral, es hoy Isla Cristina –rebautizada así en agradecimiento a la reina María Cristina por los favores prestados durante una epidemia de cólera-, una ciudad próspera que no abandona su dedicación tradicional a la pesca y las salinas, pero que mira al futuro con las lentes del turismo y, en menor medida, la agricultura, salvaguardando un litoral casi virgen y bendecido por la naturaleza. Quince días disfrutando de sus encantos es como una inmersión terapéutica en un paraíso todavía no profanado por ese turismo de masas y bloques de cemento y ruido que tanto gusta a los horteras. Saben a poco estas jornadas pero se incrustan en la memoria de manera indeleble. Quedan estas imágenes de lo que, nada más partir, ya se añora, y estos párrafos con los que se intenta mostrar gratitud con lo único que disponemos: las palabras.
La antigua Real Isla de la Higuerita, fundada por levantinos y catalanes atraídos por los ricos caladeros de su litoral, es hoy Isla Cristina –rebautizada así en agradecimiento a la reina María Cristina por los favores prestados durante una epidemia de cólera-, una ciudad próspera que no abandona su dedicación tradicional a la pesca y las salinas, pero que mira al futuro con las lentes del turismo y, en menor medida, la agricultura, salvaguardando un litoral casi virgen y bendecido por la naturaleza. Quince días disfrutando de sus encantos es como una inmersión terapéutica en un paraíso todavía no profanado por ese turismo de masas y bloques de cemento y ruido que tanto gusta a los horteras. Saben a poco estas jornadas pero se incrustan en la memoria de manera indeleble. Quedan estas imágenes de lo que, nada más partir, ya se añora, y estos párrafos con los que se intenta mostrar gratitud con lo único que disponemos: las palabras.