La película nos lleva a un futuro en el que una enfermedad ha afectado a un enorme porcentaje de perros, hecho que unido a la superpoblación canina lleva al gobierno japonés, liderado por el corrupto alcalde Kobayashi, a deportar a todos los perros a una isla cercana, precisamente el lugar en el que se deposita toda la basura generada por el hombre. Hasta allí viajará un niño de 12 años en busca de su antigua mascota.
Aunque la historia tiene un planteamiento que ya hemos podido ver en muchas otras obras, la distopía que ofrece Anderson funciona bastante bien gracias a darle una pequeña vuelta de tuerca al concepto y convertir a los perros en el centro del conflicto. Utilizar animales como herramienta para realizar una crítica social es un recurso bastante efectivo, como demuestran obras del calado de Rebelión en la granja, La Colina de Watership o el cómic Maus. «Isla de perros», tal vez a un nivel mucho menos profundo, se beneficia de ello para realizar una crítica abierta al totalitarismo y al racismo inmigratorio, con pullitas a la manera en que los gobiernos enfrentan situaciones delicadas. Por supuesto, la sociedad no queda bien parada, apareciendo los votantes como gente que no posee gran criterio. Como la vida misma, vamos.
Más allá de mensajes y significaciones, la película resulta bastante entretenida, o al menos a mí me lo parece. He oído críticas que van en la dirección opuesta, pero para mi gusto la trama avanza con un ritmo muy aceptable. Es cierto que las voces originales (no he visto la versión doblada) que aportan Bryan Cranston, Edward Norton, Bill Murray o Jeff Goldblum tienen un tono un tanto plano (supongo que es algo buscado), pero esto no influye mucho en el devenir de la película.
Lo que sí es destacable y digno de mención es el apartado visual. Todo está representado con una minuciosidad tremenda, y aunque el diseño de los perros es un poco feísta, todos los decorados, objetos y vestimentas están cuidados al máximo y presentados con un preciosismo exquisito muy influenciado por la estética japonesa pero también por la europea más del este. A nivel técnico la cinta alcanza un nivel muy alto, tal vez sin llegar a la excelencia de Kubo y las dos cuerdas mágicas (Travis Knight, 2016) en cuanto a la animación stop motion, pero defendiéndose francamente bien.
Al final, lo que nos queda es una película que habla sobre el miedo al cambio y a perder lo que creemos nuestro. Pero también podemos decir que «Isla de perros» es una fábula bastante entretenida que no gustará a todo el mundo por el estilo de su director, pero que resulta algo más dinámica que sus producciones de imagen real. Tal vez Wes Anderson ha encontrado en la animación un reducto perfecto para su cine, y viendo «Isla de perros» yo me alegro, ¿por qué no?