La isla, que parecía flotar sobre las plateadas aguas del Mediterráneo como una enorme criatura jorobada y pacífica, nos esperaba. Coronada por una nube de parlanchinas gaviotas patiamarillas, parecía aguardar impaciente a que amarrásemos la Zodiac, que se alejaba de La Manga a toda velocidad y sólo quedaba de aquel viaje sobre el agua una estela pálida de incertidumbre optimista que desaparecía poco a poco. A las puertas de la Gran Isla Grosa, un enorme tronco vetusto de piel amarillenta dormía semienterrado en la arena de la pequeña cala, per saecula saeculorum. Con el paso de los días, comprendí que lo que me había dicho Fran sobre la magia de la isla era verdad... La migración prenupcial de aves no llegaba en todo su esplendor y empezábamos a pensar que la culpa era mía por haber traído el mal tiempo de La Mancha. A pesar de los infortunios climáticos y migratorios, el tiempo en la isla transcurría con tranquilidad, lento pero sin prisa, y nosotros permanecíamos ajenos por completo a lo que acontecía en la sociedad humana. Pude observar “en mano” algunos pájaros que ansiaba bimbar, como el colirrojo real, el mosquitero ibérico o el papialbo. Pequeñas alegrías (enormes para nosotros) como levantarse y en la primera ronda encontrar aves tan interesantes en las redes como el autillo (Otus scops, Scops Owl) nos llenaban ciertamente de odgullo y satidfación. Entre ronda y ronda, nos entreteníamos en diversas actividades sin duda enriquecedoras para la mente y el espíritu, como dormir o escuchar música, estudiar, identificar plantas, dibujar, cantar o simplemente mirar cómo el mar fluía tras las Withanias,lasSalsolas y las Suaedas, entre La Manga y nosotros. Un día, el aire nos trajo del interior una tormenta brutal... que dejó dos enormes arcoiris que nos deleitaron (nos hicieron flipar, de hecho) largo rato, mientras las gaviotas histéricas gritaban y volaban sin parar.
Los albores de la tempestad.
En efecto, todos esos puntitos blancos en el aire son gaviotas. Abajo se observan las redes.
La magia de la Isla se ponía de manifiesto en aquellos días, que aunque no nos traían aves, sí nos permitían observar alcatraces inmaduros cazando, mientras las gaviotas los perseguían, o encontrar eslizones bajo piedras sueltas. Al mediodía, en los escalones azules aparecían culebras bastardas (Malpolon monspessulanus) y lagartijas colilargas (Psammodromus algirus) que buscaban el cálido sol mediterráneo para poner en marcha sus delgados cuerpecillos. Y entonces un día la calma llegó y Fran dijo: "Hoy es día de abubilla; caerá a la tarde", y al revisar las redes, en efecto, una abubilla (Upupa epops, Hoopoe) esperaba ser anillada (aunque, obviamente, ella no lo sabía). Tranquila y olorosa, la abubilla se dejó anillar y liberar en pocos minutos. Descubrimos (al menos yo, que no las conocía) plantas que nos sorprendían por sus formas y colores, por sus adaptaciones a la sequía y la salinidad o por la forma de crecer. Era el caso del Mesembryanthemum o el Umbilicus gaditanus, los Asparagus horridus o el Lycium intricatum. Más de una vez nos vimos en un apuro al engancharse alguna red en estas dos últimas plantas... Y un día los cielos se abrieron y la luz del sol nos torró, y la biodiversidad ornítica comenzó a aumentar (que no el número de individuos). Entonces cayeron alcaudones comunes (Lanius senator, Woodchat Shrike), collalbas grises (Oenanthe oenanthe, Northern Wheatear) y rubias (O. hispanica, Black-eared Wheatear), más currucas y mosquiteros... Las currucas cabecinegras (Sylvia melanocephala, Sardinian Warbler) eran prácticamente residentes en la isla, y si no caía nada en la red, tranquilidad, seguro que hay alguna cabecinegra esperando. También capirotadas (Sylvia atricapilla, Blackcap) Y al tuit de "Dos tallarols de casquet se m'han cagat a la mà", @GarciaLlorca respondió: "100 anys de bona sort!". A ver si es verdad. Yo pensaba que habría muchas más gaviotas de Audouin (Larus audouinii, Audouin's Gull) moneando por la isla, pero la verdad es que dejaron de criar hace un tiempo. Las patiamarillas, en su extrema agresividad, perseguían furiosas y ruidosas a cualquier Audouin que tuviera la valentía de acercarse al muelle. Al final, sobre todo cuando quedaban pocos días para que nuestro turno en la isla llegase a su fin, empezaron a llegar bastantes Audouines; de hecho, en un momento dado llegamos a contar más de cuatro juntas en el muelle. A una de ellas le faltaba una pata y permanecía quieta, pero se desplazaba con cuidado y volaba bien. Me embelesaba mirando el comportamiento lárido, los grititos y movimientos de cuello, y permanecía largo rato escuchando sus monólogos (porque sí, eran monólogos, ¿en qué mente sana cabe que una gaviota sola, flotando en la orilla del mar, se ponga a emitir ruiditos mientras mira hacia abajo, gira, nada, se queda quieta..? Ahí comprendí que las gaviotas tienen un problema. Un problema serio. Es broma... Vale, no). Los días allí se acababan, y el último, como si fuera voluntad de la isla, una niebla espesa cubrió el Mar, alcanzando la isla y cubriéndola en pocos minutos. Pensábamos que ya no llegaríamos a tiempo cuando la niebla maldita se fue, permitiéndonos dejarla... Sin embargo, yo no quería irme de la isla sin regalarle algo antes, a la isla como ente, como superorganismo que nos había dado tantas alegrías, así que comencé un dibujo. Nos era difícil conseguir agua (ejem...) así que no usé acuarelas. Tampoco las habría podido utilizar, de todas maneras, porque el papel sobre el que lo hice no era el adecuado. Decidí retratar a un ave presente en la isla (¿Qué si no? Y no era una gaviota). El dibujo empezaba así: Y lo colgamos en la pared, para que allí quede, como testimonio de todos los naturalistas que pasan por Isla Grosa, en la Región de Murcia, y a los que tantas alegrías regala. Tengo muchas fotografías de pájaros, plantas y atardeceres groseros que me gustaría compartir con todos los lectores de mi blog. Tal vez las muestre en alguna otra entrada o tal vez se queden en mi disco duro para siempre, no lo sé. Han pasado ya varias semanas desde que volviera y con el lío de no tener internet en ningún lado, la entrada permanecía flotando en el limbo. Confieso que, en parte, he estado saboreando hasta hace nada el regustillo grosero, disfrutando de los recuerdos y exprimiéndolos hasta el fin. Esta entrada es para mi gran amigo Fran, sin él no habría sido posible nada de lo aquí relatado. Gracias.